A pesar de los muchos impedimentos y de los pocos re
cursos económicos de los que disponíamos, conseguí, no sin esfuerzo, terminar mis estudios y dar cumplimiento a mi mayor ilusión: ser cura para dedicarme a los jóvenes. Mi madre fue la que siempre me apoyó en mi vocación.
Una vez ordenado sacerdote, pasé a trabajar con los reclusos de la cárcel. En muchos de ellos encontré rencor y odio. Aquello me trajo a la memoria el sueño de mi niñez. Un sueño que se repitió en varias ocasiones en mi adolescencia y juventud. En él veía a muchos jóvenes violentos y rencorosos como fierecillas, que después, con la ayuda de un buen amigo, se convertían en mansos corderos. Me preguntaba: ¿por qué estos chicos han llegado hasta aquí? ¿qué futuro les espera? ¿quién será la mano amiga que les salve de caer en esta situación?
Descubrí que mi misión, más que redimir reclusos era prevenir que pudieran llegar allí. Y con este pensamiento comencé a reunir a los chicos que encontraba en las calles, que robaban en las esquinas y a cuantos quisieran seguirme porque no tuvieran nada mejor que hacer.
Al cabo de unos años fundé mi primer Oratorio, en una casa que me vendió un señor llamado Pinardi, pensando que la quería para montar un laboratorio. En este lugar, en el barrio de Valdocco, en Turín, los chavales podían vivir, estudiar, jugar y rezar. Llegar hasta aquí fue un largo camino, pero por fin estos jóvenes tenían una casa que era suya, un patio donde hacer deporte, una capilla donde alabar a Dios y unas pequeñas escuelas donde aprender para vivir.
Pero lo jóvenes cada día eran más y los recursos menos. Y siempre surgían dificultades. Pero nos encomendábamos a la divina Providencia, y siempre salíamos adelante.
Hay tantas cosas que podría contaros... Recuerdo aquella vez que no teníamos castañas, o cuando la casa para internado recién construida se nos vino abajo, o el día que ciertos personajes quisieron acabar con mi vida. O cuando los jóvenes, tras una larga enfermedad que tuve, me llevaron en hombros por todo el Oratorio. Recuerdo cuando el primer grupo de chavales hicieron conmigo la promesa de ser salesianos. Recuerdo las filas de chavales ante mi confesionario, las excursiones y caminatas a mi pueblo, como la que habéis realizado hoy vosotros. Y sobre todo cuando celebrábamos la fiesta de María Auxiliadora. ¡Ay María Auxiliadora! ¡Cuántas veces habré dicho tu nombre, cuántas veces me habré encomendado a ti! ¡Cuántas veces...! En realidad, si hay alguien a quien tenga que agradecer quién soy y lo que he hecho, es a Ella: "Ella, sí, lo ha hecho todo..."
Quisiera invitaros ahora a que compartáis conmigo mi sueño. Yo descubrí que Dios me pedía dedicarme a los jóvenes más pobres. Ese fue mi sueño, que traté de hacer realidad, y que hoy lo hace la Familia Salesiana extendida por todo el mundo.
Pero ahora sois vosotros, cada uno de vosotros, quienes tenéis que descubrir cuál es vuestro sueño, y cómo hacerlo realidad.
Por eso os propongo que deis respuesta a estas dos preguntas:
¿Cuál es tu sueño? ¿Qué es lo que quieres hacer con tu vida?
¿Cómo puedes ir haciendo realidad este sueño? ¿A qué te compromete?
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