1 de junio de 2021

¿SABÍAS QUE...? - Número 26

    


… en el Oratorio de Valdocco, además de la madre de Don Bosco, también fueron protagonistas otras mujeres que entregaron su vida en favor de los jóvenes más necesitados?

 

LAS MADRES DEL ORATORIO DE DON BOSCO (II)

 

Continuamos con la historia de las madres del Oratorio; ya conocimos cómo Mamá Margarita y Juana Mª Ferrero Rúa se desvivieron por los chicos más necesitados, pero no todo quedó ahí. Con este artículo conoceremos las figuras ocultas de otras mujeres que dieron todo lo mejor de sí mismas por los jóvenes del Oratorio. En el mes de las madres, esta es su historia.

 

MARIANA o JUANA MARÍA OCCHIENA (1785-1857), tía de Don Bosco.

El nombre Mariana no aparece entre los nombres de los hijos de Melchor Marcos Occhiena, ni en ninguna otra parte del árbol genealógico de la familia Occhiena. Pero ciertamente era el nombre, o apodo, por el que la hermana mayor de Margarita, Juana María, era conocida familiarmente.

Nacida en 1785, en la casa familiar en (Cecca, Serra di Capriglio), era tres años mayor que Margarita (1788-1856), seis mayor que Francisco (1791-1874) y 11 mayor que Miguel (1795-1867). No se casó nunca; mantuvo la familia con la ayuda de Margarita.

Mariana no gozaba de buena salud; no fue emprendedora como Margarita. Pero era generosa y devota. Cuando Margarita recibió la proposición de Francisco Bosco en 1812, el padre, Melchor Occhiena, objetó que no podría cubrir los gastos.

Mariana, entonces tenía 27 años, se ofreció a llevar adelante la casa, tarea que poco después, en 1813, desempeñaría la novia del hermano Francisco.

En 1824 murió el ama de llaves de don José Lacqua, maestro en Capriglio; Mariana entró a su servicio poco después. Fue probablemente ella quien recomendó a su sobrino Juan Bosco que se apuntara en la escuela de don Lacqua, quien lo tomó bajo su cuidado, cuando éste fue a Capriglio.

Cuando se dividió la propiedad de Francisco Bosco (1830) para facilitar los estudios de Juan, Mariana puso sus ahorros a disposición de Margarita, para que se llegase a un arreglo con Antonio más fácilmente. Siguió a don Lacqua, cuando éste marchó de Capriglio, permaneciendo como su ama de llaves hasta su muerte.

Tras la muerte de don Lacqua (tal vez en 1847, ciertamente no más tarde de 1850), Mariana no pudo, o no quiso, regresar a Capriglio, ya que la casa paterna no era ya hogar de la familia de su hermano Francisco. Mariana marchó con su hermana Margarita a Valdocco.

En torno al 2 de febrero de 1851 está ya establecida en Valdocco, con ocasión de la imposición de la sotana a los «cuatro primeros» jóvenes, que Don Bosco estaba «cultivando»: por error, fue ella la que coció la carne en café, episodio que relatamos más abajo.

Como Margarita, pero mucho más, sufriría con el comportamiento tosco y descuidado de los chicos. Estuvo en el lecho de muerte de Mamá Margarita en 1856[1].

Y se la menciona como una de las madres que se encargaron de la lavandería con la madre de Don Rúa, que había sustituido a Mamá Margarita como responsable del grupo de «madres».[2]

Después de una larga enfermedad, Mariana murió santamente el 22 de junio de 1857[3].

 

¿Qué ocurrió con la carne y el café?

Este episodio es ampliamente relatado en las Memorias Biográficas de la siguiente manera:

“El dos de febrero de 1851, día de la Purificación de María, en el que se celebró aquel año en el Oratorio la fiesta de San Francisco de Sales, vistieron la sotana los jóvenes José Buzzetti, Félix Reviglio, Santiago Bellia y Carlos Gastini. Presidió la fiesta el teólogo colegiado José Ortalda, canónigo lectoral de la Metropolitana, el cual desarrolló en tan hermosa ocasión el texto evangélico de aquel día: positus est hic in resurrectionem et in ruinam multorum (fue colocado para resurrección y ruina de muchos), y explicó a los nuevos clérigos cuál sería su misión si correspondían a la gracia recibida.

Don Bosco, lleno de inmensa alegría, no se conformó con la solemnidad de la capilla, sino que quiso servir un banquete, al que invitó también al canónigo Ortalda, al teólogo Nicco, al canónigo Nasi y al doctor colegiado canónigo Berta. Fue un convite inolvidable. Los cocineros demostraron sus habilidades, puesto que don Bosco nunca fue tacaño con los amigos, pero ninguno de los comensales pudo comer el cocido y tomar café. Mientras mamá Margarita se ocupaba de preparar la mesa y había hecho ya hervir el café en un puchero, su hermana Mariana Occhiena, que después de la muerte de don José Lacqua, a quien sirvió, moraba en el Oratorio, había puesto inadvertidamente a hervir la carne en el mismo puchero. Ignoramos cómo anduvo la presentación a la mesa de todas aquellas exquisiteces; pero el canónigo Berta, todavía en 1901, nos contaba el extraño sabor que tenían, sin que se supiera el porqué; y cómo ninguno de los convidados pudiera tragar aquello, aunque por ser personas educadas no demostraban su repugnancia. Entonces le explicamos nosotros el misterio y él riendo, pero con admiración, añadió que don Bosco comió con indiferencia un trozo de aquella carne nauseabunda y bebió su taza de café condimentado con carne (…).

Margarita gozaba también al ver crecer en derredor de don Bosco las vocaciones eclesiásticas; pero le gustaba vivir retirada, y con su gran perspicacia comprendía lo que era conveniente y lo que no lo era. Desde que se estableció la casa y empezó don Bosco a sentar a su mesa a los primeros clérigos y sacerdotes, no se la vio comer a su lado. Hubiera deseado don Bosco que lo hiciera alguna vez, pero ella sabía excusarse siempre. Y, como quiera que acostumbraba invitar a los muchachos mejores a comer en su compañía, insistió para que ella se sentara en medio de ellos y con su asistencia procurase impedir las faltas de urbanidad, al vocear demasiado fuerte, y el que se mancharan, o comieran con demasiada avidez. Particularmente cuando había comensales forasteros, por él invitados, deseaba evitar todo lo que a aquellos señores les pudiera dar motivo de críticas. Por fin, muy a su pesar, mamá Margarita consintió; fue durante casi una semana, pero después no se la volvió a ver.

-Ese no es mi puesto, dijo a don Bosco; la presencia de una mujer en ese lugar desentona.

Sin embargo, y pese a su aspecto tranquilo, no hay que creer que pasase su vida en Valdocco sin tribulaciones. Una mujer amante del orden y de la economía doméstica no podía ver con buenos ojos que se echara a perder lo que tanto había costado. Mas, ¿cómo impedir que muchachos llenos de vida, sin mala intención pero por irreflexión, ocasionasen más de una vez notables perjuicios y, por consiguiente, fastidio a la buena mamá?

Como estos sucesos se repitieran, un día del 1851, penetró Margarita en la habitación del hijo:

-Escúchame, le dijo. Ya ves que es imposible que yo lleve adelante las cosas de esta casa. Tus muchachos hacen cada día una nueva faena. Unos me tiran por tierra la ropa blanca recién lavada y tendida al sol, otros me pisotean la huerta y todas las verduras. No se preocupan para nada de sus vestidos y los destrozan de tal manera que luego es imposible remendarlos. Pierden los moqueros, las corbatas, las medias; esconden las camisas y calzoncillos y no hay quien los pueda encontrar; se llevan fuera los utensilios de cocina para sus caprichosas diversiones y me hacen dar vueltas medio día para buscarlos. En fin, yo pierdo la cabeza en medio de toda esta confusión.

Estaba yo mucho más tranquila cuando cosía en mi establo sin rompecabezas y sin preocupaciones. ¡Mira! casi, casi me volvería allá, a nuestra casita de I Becchi, para acabar en paz los pocos días de vida que me quedan.

Miró don Bosco a su madre, y conmovido, sin pronunciar palabra, le señaló el crucifijo colgado de la pared.

Margarita miró; sus ojos se arrasaron de lágrimas:

-¡Tienes razón, tienes razón!, exclamó.

Y sin más, volvió a sus quehaceres.

A partir de aquel instante ya no se escapó de sus labios ni una palabra de disgusto.

En efecto, desde aquel momento pareció insensible a todo aquello. Cierto día, un chaval espantaba las gallinas y las perseguía haciéndolas correr a la desbandada por los prados vecinos. Mariana, la hermana de Margarita, gritaba con toda su voz, para que el chiquillo dejase en paz a las gallinas, y se afanaba para volverlas al gallinero.

Margarita, al oír aquellos gritos, salió afuera, y viendo el panorama, dijo con toda calma a su hermana:

-¡Bah! ¡Cállate! ¡Ten paciencia! ¡Qué quieres hacer! ¡Son un azogue!”[4]

 

Otro episodio intenso de emoción que narran las Memorias Biográficas ocurre con la muerte de Mamá Margarita, donde la presencia continua de Mariana (junto con Juana Mª Rúa) fue muy importante.

“Hacia la mitad de noviembre de 1856 caía enferma la buena mamá Margarita, que había desempeñado con los muchachos el papel de madre, y con su bondad, su atención y solicitud, les hacía olvidar que la habían perdido o que la tenían lejos. Su enfermedad, que fue una violenta pulmonía, hizo que los alumnos rezaran mucho por su salud, los mantuvo unos días pendientes entre la esperanza y el temor, y les ofreció la oportunidad de manifestar cómo apreciaban su virtud y el cariño que les tenía. Casi a cada hora había alguno a la puerta de la habitación de la enferma para saber noticias. Por la noche, después de las oraciones comunitarias, todos esperaban con ansiedad, que don Bosco o don Víctor Alasonatti les dieran noticias de ella, y ninguno se acostaba sin haberla encomendado a Nuestra Señora de la Consolación.

La atendía con toda solicitud el doctor Celso Bellingeri, fervoroso católico, docto y experto en su arte, médico de los alumnos internos y profesor de ciencias naturales de los primeros clérigos que se preparaban para alcanzar títulos universitarios. Don Bosco le profesaba la más afectuosa amistad y agradecimiento; él atendía a su madre con los mayores cuidados. Pasaba mucho tiempo junto a su lecho, no permitía que le faltara nada de cuanto pudiera necesitar y la confortaba con saludables pensamientos y jaculatorias. Juntamente con él, velaban y prestaban su ayuda su hermano José, llegado enseguida desde Castelnuovo, la tía María Ana Occhiena y la señora Juana María Rúa.”[5]

 

Ya vimos al hablar de la madre de Don Rúa, que, tras fallecer Mamá Margarita, se hacía necesaria la presencia de una mujer en el Oratorio que se encargara de determinadas tareas, y eso fue lo que hizo Juana Mª Rúa, si bien tuvo en todo momento la ayuda incondicional de otras “madres”:

“Ayudaba a la señora Rúa en el cuidado de la ropa la tía de don Bosco María Ana Occhiena, la viuda Lucía Cagliero y, durante cinco o seis años, también la señora Bellia, madre de don Santiago, que iba todos los días a coser. Una doncella de la casa de Maistre insistió para ir también ella al Oratorio y ser la quinta en aquella obra de caridad, pero el Señor la llamó a la vida religiosa.”[6]

 

Mirad si tuvo importancia la figura de la tía de Don Bosco en el Oratorio que su muerte es narrada en las Memorias, llegando a atrasar incluso la fiesta de la onomástica de San Juan:

“El veintidós de junio (1857), después de larga enfermedad, moría en el Oratorio, a las once de la noche, con una muerte envidiable, María Ana Occhiena, tía de don Bosco y hermana de su madre. Había atendido a la lavandería de la casa y en ella había prestado caritativamente los más útiles servicios. Debido a su muerte, se trasladó la fiesta de don Bosco al fin del curso escolar.”[7]

 

MARGARITA GASTALDI (1790-1868)

Monseñor Lorenzo Gastaldi fue compañero de estudios y muy amigo de Don Bosco en sus inicios en el Oratorio, con quien colaboraba en múltiples faenas. Su madre fue también una de las grandes colaboradoras en la tarea de Don Bosco, y así lo relatan las Memorias del Oratorio[8]:

“Partimos a pie de I Becchi hacia Turín, realizando una breve parada en Chieri; la tarde del 3 de noviembre de 1846 llegamos a Valdocco.

Al encontrarnos en aquellas habitaciones faltas de todo, mi madre dijo bromeando: «En casa encontraba demasiadas preocupaciones por tener que administrar y mandar; aquí estaré más tranquila al no existir nada que administrar ni nadie a quien dar órdenes».

Sin embargo, ¿cómo subsistir, comer, pagar alquileres y atender a los muchos chicos que continuamente pedían pan, calzado, pantalones, chaquetas o camisas, sin todo lo cual no podían ir al trabajo? Hicimos traer de casa un poco de vino, maíz, judías, trigo y cosas semejantes. Para hacer frente a los primeros gastos, vendí un pedazo de tierra y una viña. Mi madre empeñó su ajuar de boda, celosa e íntegramente guardado hasta ese momento. Algunos de sus vestidos sirvieron para hacer casullas; con la lencería se confeccionaron amitos, purificadores, roquetes, albas y  manteles. Todo pasó por las manos de la señora Margarita Gastaldi, que desde entonces colaboraba en el funcionamiento del Oratorio.”

 

Escribiendo en el Boletín Salesiano, recientemente fundado, en 1877, Don Bosco hablaba de sus primeros Cooperadores, es decir, de las personas que estuvieron relacionadas con la obra del Oratorio de diversos modos. Menciona 58 nombres de sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, señalando a la Sra. Gastaldi como la primera cooperadora.

“Tuvimos cooperadores, hombres y mujeres. Algunos de nuestros alumnos no eran muy aseados, sino descuidados y sucios. Nadie los aguantaba y ningún patrón los quería recibir en su taller. Muchas mujeres caritativas vinieron en su ayuda […]. La primera de las mujeres fue la Sra. Margarita Gastaldi”.

Los citados «colegas, ayudantes, benefactores, cooperadores» de los primeros años, colaboraban de diversas maneras con Don Bosco en el trabajo de los Oratorios. Don José Cafasso y el teólogo Borel fueron con mucho, los más notables.

Cercanos en importancia eran don Jacinto Cárpano y los primos don Roberto y don Leonardo Murialdo. De entre los colaboradores laicos, tal vez los más entregados, fueron el barón Bianco di Barbania, el marqués y la marquesa (De Maistre) Fassati, el conde Balbo di Vinadio y la Sra. Margarita Gastaldi.

Don Bosco, desde el principio, concibió la obra del Oratorio como un trabajo en colaboración, emprendido y llevado a cabo por una conjunción variada de fuerzas. Éste fue sin duda su primer concepto de la sociedad que iba a trabajar por los jóvenes pobres, una asociación de gente voluntaria comprometida que dedicara su persona y sus recursos (a diverso nivel) a la obra de los Oratorios. Es en este sentido en el que Don Bosco hablaría más tarde de la Sociedad Salesiana y de las mismas constituciones, como si existieran ya en 1841[9].

 

Siendo canónigo Lorenzo Gastaldi, entró en el Instituto de la Caridad en 1853, pidió a su madre que cuidara a los niños de Don Bosco, como a sus propios hijos. Mar­garita Gastaldi, una más entre las «madres» del Oratorio, había estado ayu­dando a la madre de Don Bosco en Valdocco desde 1848. Cuando Mamá Mar­garita murió en 1856, la Sra. Gastaldi asumió el liderazgo de las «madres» y continuó su trabajo de caridad hasta 1867, momento en el que acompañó a su hijo tras el nombramiento como obispo de Saluzzo. Una hija y una sobrina suya la sustituyeron y siguieron ayudando hasta 1877.[10]

Don Gastaldi había sido generoso en la ayuda económica en varias ocasio­nes. Al marchar a Inglaterra en 1853, hizo un testamento secreto, dejando al superior del Oratorio, en caso de muerte, la no insignificante suma de 70.000 liras. Durante todo el período rosminiano, Don Bosco se mantuvo cercano a la familia Gastaldi.[11]

 

Cuando Don Bosco dejó el Instituto de la Marquesa Barolo, no recibía ingreso alguno y todo eran gastos. Las pocas provisiones que le quedaban se acabaron muy pronto, por lo que, junto a su madre, se confiaron a la Divina Providencia, y así Don Bosco le dijo a su madre:

“-Hagamos lo que podamos, exclamaba don Bosco, y el Padre de las misericordias añadirá lo que falte.

Y así, de acuerdo con su madre, pensó y determinó vender algunas tierras y viñas que poseían en el pueblo. Y como esto no bastara, su madre hizo que le enviasen su ajuar de boda, que había guardado hasta entonces cuidadosamente intacto: vestidos, anillo, zarcillos, collares. Una vez en su poder, vendió parte y el resto lo empleó para confeccionar ornamentos para la capilla del Oratorio, que era paupérrima. Algunas de sus ropas sirvieron para casullas; con la ropa blanca se hicieron albas, roquetes, purificadores y manteles para el altar. Todo pasó por las manos de la señora Margarita Gastaldi, que ya entonces ayudaba a cubrir las necesidades del Oratorio. Lo que se sacó de la venta del collar, se empleó en la compra de galones y adornos para los ornamentos sagrados.”[12]

 

La figura de la mujer como cooperadora de la obra de Don Bosco es importante para conocer que había muchas mujeres que, pese a estar en un segundo plano, no cejaron en su apoyo y ayuda constante. Así se relata en las Memorias Biográficas:

“Junto a los cooperadores fueron apareciendo en el Oratorio las cooperadoras, de las cuales también habló en la referida conferencia: «Se sentía cada vez más la necesidad de ayudar materialmente a nuestros pobres muchachos. Los había con unos pantalones y chaquetas hechas jirones, con colgajos por todas partes, hasta con menoscabo de la modestia. Algunos no podían cambiarse el pingajo de camisa que llevaban; iban tan sucios que ningún patrón quería admitirlos en su taller. Fue la ocasión que hizo ver la bondad y la utilidad que prestaban las bondadosas cooperadoras. Quisiera yo ahora, para gloria de aquellas señoras turinesas, hacer saber por doquiera cómo, aun perteneciendo a familias conspicuas y delicadas, no tenían repugnancia en tomar aquellas chaquetas y aquellos pantalones asquerosos y remendarlos con sus propias manos; tomar aquellas camisas hechas jirones, que quizá nunca habían visto el agua, tomarlas ellas mismas, digo, lavarlas, remendarlas y entregárselas de nuevo a aquellos pobres muchachos que, ganados por el perfume de la caridad cristiana, perseveraban en el Oratorio y en la práctica de la virtud. Varias de estas beneméritas señoras mandaban ropa blanca, trajes nuevos, dinero, comestibles y todo cuanto podían. Algunas están presentes aquí oyéndome, muchas otras ya fueron llamadas por el Señor a recibir el premio de sus trabajos y obras de caridad».

Estas santas mujeres se habían agrupado alrededor de mamá Margarita. Fue la primera, juntamente con su hermana, la señora Margarita Gastaldi, madre del canónigo Lorenzo Gastaldi y con ella la marquesa Fassati, después una ilustre dama de la Corte y otras más, que no se desdeñaban de asociarse a la humilde campesina de I Becchi para remendar harapos en su pobre cuartito.

Y cuando don Bosco empezó a recoger huérfanos, ellas, con una solicitud maternal se cuidaron de ellos como de sus propios hijos. Todos los sábados llevaban a los alumnos camisas y pañuelos. Todos los meses les cambiaban las sábanas por otras limpísimas y, a veces, apedazadas con esmero. La señora Gastaldi era la que se cuidaba del lavado de la ropa interior. Los domingos pasaba revista de las camas, después, como un general de la armada, ponía en fila a los alumnos y pasaba revista uno por uno, mirando si se habían cambiado la camisa y si se habían lavado las manos y el pescuezo. Después hacía poner aparte todo lo que debía lavarse y lo distribuía entre las personas que se encargaban de aquel trabajo. Revisaba también los trajes para comprobar si necesitaban algún arreglo y acudían después a varias instituciones piadosas y casas de educación femenina que iban a porfía para realizar este trabajo de beneficencia. Dicha señora pasaba buena parte del día en la ropería del Oratorio ayudando a mamá Margarita a tenerla en orden; proveía o hacía proveer de cuanto era menester para camas y personas; ayudaba también cuanto podía con dinero, de modo que los muchachos la consideraban, a la par de su hermana, como a una singular bienhechora. Siguió haciendo esta obra de caridad bastantes años, aún después de la muerte de la madre de don Bosco.”

 

Terminamos la historia de Margarita Gastaldi destacando la cercanía de la familia, su entrega y ayuda diaria con el Oratorio, a pesar de su avanzada edad, incluso reclutando a otras familiares para ayudar. Recordemos las palabras que Lorenzo le dedica a su madre antes de partir al extranjero por motivos de estudios:

“Pero no se olvidaba de don Bosco a quien quería: antes de partir para Stresa e Inglaterra, dijo a su madre:

-Para seguir mi vocación me separo de usted; pero no se entristezca por mi partida: resígnese al querer divino, y considere como hijo suyo, en mi lugar, a don Bosco y a sus pobres muchachos. Dedique a esta naciente familia los cuidados que se tomaría por mí, lo cual será muy satisfactorio y de gran mérito ante el Señor.

Y tal como el hijo se lo indicó, así lo hizo la madre: a partir de entonces no dejó escapar un día sin acercarse, pese a su avanzada edad, a visitar el Oratorio, acompañada de la hermana del Teólogo y de una hija de ésta, para atender de modo especial al buen orden de la ropa blanca, remendarla y proveer de prendas nuevas cuando era necesario. Mientras vivió, fue una bienhechora insigne de las obras de don Bosco.”[13]

 

 

MARÍA MAGDALENA TROSSO BELLIA (1805-1864)

Santiago Bellia fue uno de los primeros cuatro clérigos que el 2 de Diciembre de 1851 celebran en el Oratorio su vestición clerical, junto con Gastini, Reviglio y Buzzetti. Por motivos de salud (perdió un dedo con una pistola) debió dejar el Oratorio y trabajar en el clero secular.

Narran las Memorias Biográficas que durante cinco o seis años la señora Bellia, junto con Lucía Cagliero, colaboraron con Mamá Margarita en el cuidado de la ropa de los alojados en el oratorio, y que esta colaboración continuó aún cuando Santiago fue al seminario diocesano.

 

 

El primer Oratorio era una «casa» para los jóvenes también porque allí encontraban madres. Este era un toque especial que Don Bosco trató de man­tener, no solo por razones de índole práctica, el mayor tiempo posible: su pro­pia madre, Margarita, la hermana de esta, «Marianna» Occhiena, las madres de Don Rua, don Gastaldi, don Bellia y otros.[14]

Ya hemos hecho mención más arriba que fue una de las mujeres que ayudaron a la madre de Don Rúa en las labores del Oratorio, la Sra. Bellia cosiendo.

Las Memorias Biográficas recogen la muerte de esta mujer el 10 de junio de 1864:,

“En estos días daba don Bosco una demostración de afecto a don Santiago Bellia, el cual, de jovencito, le había ayudado en los principios del Oratorio y había sido uno de sus primeros cuatro clérigos.

El 10 de junio moría su madre. Esta buena señora había sido penitente y cooperadora de don Bosco y le pidió que escribiese un epitafio para su tumba en Pettinengo Biella. Don Bosco condescendió.”[15]

El epitafio de su tumba dice así:

Al alma

de María Magdalena Bellia Tirosso

espejo de caridad -modelo de vida cristiana

nacida en Altessano, Venaria

el XXVII de marzo MDCCCV

con muerte preciosa pasó a mejor vida

el X de junio de MDCCCLXIV

Su esposo Luis Antonio

y los hijos Santiago, José y Teresa

apenados piden por su eterno reposo

con la esperanza de volver a verla un día

en la patria de los bienaventurados

Amén.

 

JUANA MARÍA MAGONE (¿? - 1872)

Pocas anotaciones encontramos acerca de la madre de Miguel Magone, pero sí conocemos que estuvo ayudando en el Oratorio, donde acudía a diario y donde pasó los últimos días de su vida, donde murió.

Al tiempo de enfermar Miguel, las Memorias Biográficas recogen el siguiente episodio de la Sra. Magone con Don Bosco, quien instó a su hijo a confesarse antes de la llegada del médico:

“Lunes, martes y miércoles por la mañana Magone gozó de buena salud, de su habitual alegría y cumplió con regularidad todos sus deberes.

Pero el miércoles, después de comer, le vio don Bosco en la galería mirando cómo jugaban los demás, sin bajar a unirse a ellos; era algo insólito e indicio indudable de que su estado de salud no era normal.

Por la tarde, le preguntó don Bosco qué le pasaba, y él contestó que se sentía algo molesto por las lombrices, su enfermedad crónica. Le visitó el médico y le prescribió los remedios usuales, mas no descubrió en él síntoma de gravedad. Pero el viernes por la mañana no pudo levantarse de la cama porque se hallaba grave. A las dos de la tarde fue don Bosco a verle y advirtió que, a la dificultad de la respiración se había añadido la tos y que los esputos estaban teñidos de sangre. Mandó llamar a toda prisa al médico. En aquel instante llegó su madre:

-Miguel, le dijo, mientras esperamos al médico ¿te gustaría confesarte?

-Sí, madre querida, con mucho gusto. Me confesé ayer por la mañana y también comulgué, mas, ya que la enfermedad se agrava, deseo confesarme.

Se preparó unos minutos, hizo señas a don Bosco para que se acercara y se confesó. Después, con aire sereno, dijo riendo a don Bosco y a su madre:

-¿Quién sabe si esta confesión es un ejercicio más de la buena muerte, o bien es en realidad el de mi muerte?

-¿Qué te parece?, le respondió don Bosco; ¿quieres curar o ir al paraíso?

-El Señor sabe lo que más me conviene; yo no quiero hacer sino lo que a Él le agrada.”[16]

 

En 1872, exactamente el 20 de enero, falleció en el Oratorio Juana María, vda. De Magone, de quien hizo don Miguel Rúa, en su cuaderno de difuntos, este elogio:

«Dichosa de ser madre del óptimo jovencito Miguel Magone, con ocasión de su muerte entregóse de todo corazón a Dios. Obtuvo poder venir a acabar sus días en la casa donde se había santificado su hijo y, agradecida por este favor, trabajaba sin descanso y todas las mañanas oía la primera misa que se celebraba en el Oratorio. Rezaba muy gustosa y temía el pecado como una serpiente. Después de siete días de enfermedad, murió confortada con todos los auxilios religiosos, plenamente resignada e invocando a Jesús, María y José y a su él, al que pedía la llevase con él al paraíso».

 

Hasta aquí el pequeño homenaje a las madres del Oratorio, esa figura oculta en segunda fila pero tan necesaria en cualquier casa. No esperemos a perder a nuestras madres para agradecerles lo que han hecho, lo que hacen y lo que harán por nosotros sus hijos, incluso a las que nos esperan en el Paraíso, a las generadoras de ternura, de gestos amorosos, columnas vertebrales de las familias y de la educación de los niños.

 

 

                PARA LA REFLEXIÓN

1.     ¿Cómo le expresas (o expresabas) a tu madre cuánto la quieres (querías)?

2.     ¿Qué testimonio de las madres del Oratorio te ha dejado huella?

3.     ¿Cómo son las actuales madres del Oratorio en tu casa salesiana de origen?

Puedes consultar más ampliamente las referencias a las madres pinchando en los siguientes enlaces:

·         https://www.boletinsalesiano.com.ar/las-mamas-del-oratorio/

·         Memorias Biográficas: http://www.dbosco.net/mb/

 



[1] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 1: Origen: de I Becchi a Valdocco”, CCS, 2012, pág. 177.

[2] Para las cuatro referencias en este párrafo, ver MBe IV, 182s; IV, 185s; V, 390; V, 398.

[3] MBe V, 467.

[4] MBe 4, 182-185.

[5] MBe 5, 398.

[6] MBe 5, 404.

[7] MBe 5, 467.

[8] Memorias del Oratorio, 60.

[9] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 1: Origen: de I Becchi a Valdocco”, CCS, 2012, pág. 526.

 

[10] MO, 141; cf. MBe 2, 400; 3, 204-205; 4, 118.

[11] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 2: Expansión: de Valdocco a Roma”, CCS, 2012, pág. 404.

[12] MBe 2, 399-400.

[13] MBe 4, 118.

[14] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 2: Expansión: de Valdocco a Roma”, CCS, 2012, pág. 85.

[15] MBe 7, 572.

[16] MB 6, 100.


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