… en el Oratorio de Valdocco, además de la madre de Don Bosco, también fueron protagonistas otras mujeres que entregaron su vida en favor de los jóvenes más necesitados?
LAS
MADRES DEL ORATORIO DE DON BOSCO (II)
Continuamos con la historia de
las madres del Oratorio; ya conocimos cómo Mamá Margarita y Juana Mª Ferrero
Rúa se desvivieron por los chicos más necesitados, pero no todo quedó ahí. Con
este artículo conoceremos las figuras ocultas de otras mujeres que dieron todo
lo mejor de sí mismas por los jóvenes del Oratorio. En el mes de las madres,
esta es su historia.
MARIANA o JUANA MARÍA OCCHIENA
(1785-1857), tía de Don Bosco.
El
nombre Mariana no aparece entre los nombres de los hijos de Melchor Marcos
Occhiena, ni en ninguna otra parte del árbol genealógico de la familia
Occhiena. Pero ciertamente era el nombre, o apodo, por el que la hermana mayor
de Margarita, Juana María, era conocida familiarmente.
Nacida
en 1785, en la casa familiar en (Cecca, Serra di Capriglio), era tres años mayor que Margarita
(1788-1856), seis mayor que Francisco (1791-1874) y 11 mayor que Miguel
(1795-1867). No se casó nunca; mantuvo la familia con la ayuda de Margarita.
Mariana
no gozaba de buena salud; no fue emprendedora como Margarita. Pero era generosa
y devota. Cuando Margarita recibió la proposición de Francisco Bosco en 1812,
el padre, Melchor Occhiena, objetó que no podría cubrir los gastos.
Mariana,
entonces tenía 27 años, se ofreció a llevar adelante la casa, tarea que poco
después, en 1813, desempeñaría la novia del hermano Francisco.
En
1824 murió el ama de llaves de don José Lacqua, maestro en Capriglio; Mariana
entró a su servicio poco después. Fue probablemente ella quien recomendó a su
sobrino Juan Bosco que se apuntara en la escuela de don Lacqua, quien lo tomó
bajo su cuidado, cuando éste fue a Capriglio.
Cuando
se dividió la propiedad de Francisco Bosco (1830) para facilitar los estudios
de Juan, Mariana puso sus ahorros a disposición de Margarita, para que se
llegase a un arreglo con Antonio más fácilmente. Siguió a don Lacqua, cuando
éste marchó de Capriglio, permaneciendo como su ama de llaves hasta su muerte.
Tras
la muerte de don Lacqua (tal vez en 1847, ciertamente no más tarde de 1850),
Mariana no pudo, o no quiso, regresar a Capriglio, ya que la casa paterna no
era ya hogar de la familia de su hermano Francisco. Mariana marchó con su
hermana Margarita a Valdocco.
En
torno al 2 de febrero de 1851 está ya establecida en Valdocco, con ocasión de
la imposición de la sotana a los «cuatro primeros» jóvenes, que Don Bosco
estaba «cultivando»: por error, fue ella la que coció la carne en café, episodio
que relatamos más abajo.
Como
Margarita, pero mucho más, sufriría con el comportamiento tosco y descuidado de
los chicos. Estuvo en el lecho de muerte de Mamá Margarita en 1856[1].
Y se
la menciona como una de las madres que se encargaron de la lavandería con la
madre de Don Rúa, que había sustituido a Mamá Margarita como responsable del
grupo de «madres».[2]
Después
de una larga enfermedad, Mariana murió santamente el 22 de junio de 1857[3].
¿Qué ocurrió con la carne y el café?
Este
episodio es ampliamente relatado en las Memorias Biográficas de la siguiente
manera:
“El dos de febrero de 1851,
día de la Purificación de María, en el que se celebró aquel año en el Oratorio
la fiesta de San Francisco de Sales, vistieron la sotana los jóvenes José
Buzzetti, Félix Reviglio, Santiago Bellia y Carlos Gastini. Presidió la fiesta
el teólogo colegiado José Ortalda, canónigo lectoral de la Metropolitana, el
cual desarrolló en tan hermosa ocasión el texto evangélico de aquel día: positus est hic in resurrectionem et in ruinam
multorum (fue colocado para resurrección y ruina de muchos), y explicó a
los nuevos clérigos cuál sería su misión si correspondían a la gracia recibida.
Don Bosco, lleno de inmensa
alegría, no se conformó con la solemnidad de la capilla, sino que quiso servir
un banquete, al que invitó también al canónigo Ortalda, al teólogo Nicco, al
canónigo Nasi y al doctor colegiado canónigo Berta. Fue un convite inolvidable.
Los cocineros demostraron sus habilidades, puesto que don Bosco nunca fue
tacaño con los amigos, pero ninguno de los comensales pudo comer el cocido y
tomar café. Mientras mamá Margarita se ocupaba de preparar la mesa y había
hecho ya hervir el café en un puchero, su hermana Mariana Occhiena, que después
de la muerte de don José Lacqua, a quien sirvió, moraba en el Oratorio, había
puesto inadvertidamente a hervir la carne en el mismo puchero. Ignoramos cómo
anduvo la presentación a la mesa de todas aquellas exquisiteces; pero el
canónigo Berta, todavía en 1901, nos contaba el extraño sabor que tenían, sin
que se supiera el porqué; y cómo ninguno de los convidados pudiera tragar
aquello, aunque por ser personas educadas no demostraban su repugnancia.
Entonces le explicamos nosotros el misterio y él riendo, pero con admiración,
añadió que don Bosco comió con indiferencia un trozo de aquella carne
nauseabunda y bebió su taza de café condimentado con carne (…).
Margarita gozaba también al
ver crecer en derredor de don Bosco las vocaciones eclesiásticas; pero le
gustaba vivir retirada, y con su gran perspicacia comprendía lo que era
conveniente y lo que no lo era. Desde que se estableció la casa y empezó don
Bosco a sentar a su mesa a los primeros clérigos y sacerdotes, no se la vio
comer a su lado. Hubiera deseado don Bosco que lo hiciera alguna vez, pero ella
sabía excusarse siempre. Y, como quiera que acostumbraba invitar a los
muchachos mejores a comer en su compañía, insistió para que ella se sentara en
medio de ellos y con su asistencia procurase impedir las faltas de urbanidad,
al vocear demasiado fuerte, y el que se mancharan, o comieran con demasiada
avidez. Particularmente cuando había comensales forasteros, por él invitados,
deseaba evitar todo lo que a aquellos señores les pudiera dar motivo de
críticas. Por fin, muy a su pesar, mamá Margarita consintió; fue durante casi
una semana, pero después no se la volvió a ver.
-Ese no es mi puesto, dijo
a don Bosco; la presencia de una mujer en ese lugar desentona.
Sin embargo, y pese a su
aspecto tranquilo, no hay que creer que pasase su vida en Valdocco sin
tribulaciones. Una mujer amante del orden y de la economía doméstica no podía
ver con buenos ojos que se echara a perder lo que tanto había costado. Mas,
¿cómo impedir que muchachos llenos de vida, sin mala intención pero por
irreflexión, ocasionasen más de una vez notables perjuicios y, por
consiguiente, fastidio a la buena mamá?
Como estos sucesos se
repitieran, un día del 1851, penetró Margarita en la habitación del hijo:
-Escúchame, le dijo. Ya ves
que es imposible que yo lleve adelante las cosas de esta casa. Tus muchachos
hacen cada día una nueva faena. Unos me tiran por tierra la ropa blanca recién
lavada y tendida al sol, otros me pisotean la huerta y todas las verduras. No
se preocupan para nada de sus vestidos y los destrozan de tal manera que luego
es imposible remendarlos. Pierden los moqueros, las corbatas, las medias;
esconden las camisas y calzoncillos y no hay quien los pueda encontrar; se
llevan fuera los utensilios de cocina para sus caprichosas diversiones y me
hacen dar vueltas medio día para buscarlos. En fin, yo pierdo la cabeza en
medio de toda esta confusión.
Estaba yo mucho más
tranquila cuando cosía en mi establo sin rompecabezas y sin preocupaciones.
¡Mira! casi, casi me volvería allá, a nuestra casita de I Becchi, para acabar
en paz los pocos días de vida que me quedan.
Miró don Bosco a su madre,
y conmovido, sin pronunciar palabra, le señaló el crucifijo colgado de la
pared.
Margarita miró; sus ojos se
arrasaron de lágrimas:
-¡Tienes razón, tienes
razón!, exclamó.
Y sin más, volvió a sus
quehaceres.
A partir de aquel instante
ya no se escapó de sus labios ni una palabra de disgusto.
En efecto, desde aquel
momento pareció insensible a todo aquello. Cierto día, un chaval espantaba las
gallinas y las perseguía haciéndolas correr a la desbandada por los prados
vecinos. Mariana, la hermana de Margarita, gritaba con toda su voz, para que el
chiquillo dejase en paz a las gallinas, y se afanaba para volverlas al
gallinero.
Margarita, al oír aquellos
gritos, salió afuera, y viendo el panorama, dijo con toda calma a su hermana:
-¡Bah! ¡Cállate! ¡Ten
paciencia! ¡Qué quieres hacer! ¡Son un azogue!”[4]
Otro episodio intenso de emoción que
narran las Memorias Biográficas ocurre con la muerte de Mamá Margarita, donde
la presencia continua de Mariana (junto con Juana Mª Rúa) fue muy importante.
“Hacia la mitad de
noviembre de 1856 caía enferma la buena mamá Margarita, que había desempeñado
con los muchachos el papel de madre, y con su bondad, su atención y solicitud,
les hacía olvidar que la habían perdido o que la tenían lejos. Su enfermedad,
que fue una violenta pulmonía, hizo que los alumnos rezaran mucho por su salud,
los mantuvo unos días pendientes entre la esperanza y el temor, y les ofreció
la oportunidad de manifestar cómo apreciaban su virtud y el cariño que les
tenía. Casi a cada hora había alguno a la puerta de la habitación de la enferma
para saber noticias. Por la noche, después de las oraciones comunitarias, todos
esperaban con ansiedad, que don Bosco o don Víctor Alasonatti les dieran
noticias de ella, y ninguno se acostaba sin haberla encomendado a Nuestra
Señora de la Consolación.
La atendía con toda
solicitud el doctor Celso Bellingeri, fervoroso católico, docto y experto en su
arte, médico de los alumnos internos y profesor de ciencias naturales de los
primeros clérigos que se preparaban para alcanzar títulos universitarios. Don
Bosco le profesaba la más afectuosa amistad y agradecimiento; él atendía a su
madre con los mayores cuidados. Pasaba mucho tiempo junto a su lecho, no permitía
que le faltara nada de cuanto pudiera necesitar y la confortaba con saludables
pensamientos y jaculatorias. Juntamente con él, velaban y prestaban su ayuda su
hermano José, llegado enseguida desde Castelnuovo, la tía María Ana Occhiena y
la señora Juana María Rúa.”[5]
Ya vimos al hablar de la madre de Don
Rúa, que, tras fallecer Mamá Margarita, se hacía necesaria la presencia de una
mujer en el Oratorio que se encargara de determinadas tareas, y eso fue lo que
hizo Juana Mª Rúa, si bien tuvo en todo momento la ayuda incondicional de otras
“madres”:
“Ayudaba a la señora Rúa en
el cuidado de la ropa la tía de don Bosco María Ana Occhiena, la viuda Lucía
Cagliero y, durante cinco o seis años, también la señora Bellia, madre de don
Santiago, que iba todos los días a coser. Una doncella de la casa de Maistre
insistió para ir también ella al Oratorio y ser la quinta en aquella obra de
caridad, pero el Señor la llamó a la vida religiosa.”[6]
Mirad si
tuvo importancia la figura de la tía de Don Bosco en el Oratorio que su muerte
es narrada en las Memorias, llegando a atrasar incluso la fiesta de la
onomástica de San Juan:
“El veintidós de junio
(1857), después de larga enfermedad, moría en el Oratorio, a las once de la
noche, con una muerte envidiable, María
Ana Occhiena, tía de don Bosco y hermana de su madre. Había atendido a la
lavandería de la casa y en ella había prestado caritativamente los más útiles
servicios. Debido a su muerte, se trasladó la fiesta de don Bosco al fin del
curso escolar.”[7]
MARGARITA GASTALDI (1790-1868)
Monseñor Lorenzo
Gastaldi fue compañero de estudios y muy amigo de Don Bosco en sus inicios en
el Oratorio, con quien colaboraba en múltiples faenas. Su madre fue también una
de las grandes colaboradoras en la tarea de Don Bosco, y así lo relatan las
Memorias del Oratorio[8]:
“Partimos
a pie de I Becchi hacia Turín, realizando una breve parada en Chieri; la tarde
del 3 de noviembre de 1846 llegamos a Valdocco.
Al
encontrarnos en aquellas habitaciones faltas de todo, mi madre dijo bromeando:
«En casa encontraba demasiadas preocupaciones por tener que administrar y
mandar; aquí estaré más tranquila al no existir nada que administrar ni nadie a
quien dar órdenes».
Sin
embargo, ¿cómo subsistir, comer, pagar alquileres y atender a los muchos chicos
que continuamente pedían pan, calzado, pantalones, chaquetas o camisas, sin
todo lo cual no podían ir al trabajo? Hicimos traer de casa un poco de vino,
maíz, judías, trigo y cosas semejantes. Para hacer frente a los primeros
gastos, vendí un pedazo de tierra y una viña. Mi madre empeñó su ajuar de boda,
celosa e íntegramente guardado hasta ese momento. Algunos de sus vestidos
sirvieron para hacer casullas; con la lencería se confeccionaron amitos,
purificadores, roquetes, albas y
manteles. Todo pasó por las manos de la señora Margarita Gastaldi, que
desde entonces colaboraba en el funcionamiento del Oratorio.”
Escribiendo
en el Boletín Salesiano, recientemente fundado, en 1877, Don Bosco hablaba de sus
primeros Cooperadores, es decir, de las personas que estuvieron relacionadas
con la obra del Oratorio de diversos modos. Menciona 58 nombres de sacerdotes y
laicos, hombres y mujeres, señalando a la Sra. Gastaldi como la primera
cooperadora.
“Tuvimos cooperadores, hombres y mujeres. Algunos de nuestros
alumnos no eran muy aseados, sino descuidados y sucios. Nadie los aguantaba y
ningún patrón los quería recibir en su taller. Muchas mujeres caritativas
vinieron en su ayuda […]. La primera de las mujeres fue la Sra. Margarita
Gastaldi”.
Los
citados «colegas, ayudantes, benefactores, cooperadores» de los primeros años,
colaboraban de diversas maneras con Don Bosco en el trabajo de los Oratorios.
Don José Cafasso y el teólogo Borel fueron con mucho, los más notables.
Cercanos
en importancia eran don Jacinto Cárpano y los primos don Roberto y don Leonardo
Murialdo. De entre los colaboradores laicos, tal vez los más entregados, fueron
el barón Bianco di Barbania, el marqués y la marquesa (De Maistre) Fassati, el
conde Balbo di Vinadio y la Sra. Margarita Gastaldi.
Don
Bosco, desde el principio, concibió la obra del Oratorio como un trabajo en
colaboración, emprendido y llevado a cabo por una conjunción variada de
fuerzas. Éste fue sin duda su primer concepto de la sociedad que iba a trabajar por
los jóvenes pobres, una asociación de gente voluntaria comprometida que
dedicara su persona y sus recursos (a diverso nivel) a la obra de los
Oratorios. Es en este sentido en el que Don Bosco hablaría más tarde de la
Sociedad Salesiana y de las mismas constituciones, como si existieran ya en
1841[9].
Siendo canónigo Lorenzo Gastaldi, entró
en el Instituto de la Caridad en 1853, pidió a su madre que cuidara a los niños
de Don Bosco, como a sus propios hijos. Margarita Gastaldi, una más entre las
«madres» del Oratorio, había estado ayudando a la madre de Don Bosco en
Valdocco desde 1848. Cuando Mamá Margarita murió en 1856, la Sra. Gastaldi asumió el liderazgo de
las «madres» y continuó su trabajo de caridad hasta 1867, momento
en el que acompañó a su hijo tras el nombramiento como obispo de Saluzzo. Una
hija y una sobrina suya la sustituyeron y siguieron ayudando hasta 1877.[10]
Don
Gastaldi había sido generoso en la ayuda económica en varias ocasiones. Al
marchar a Inglaterra en 1853, hizo un testamento secreto, dejando al superior
del Oratorio, en caso de muerte, la no insignificante suma de 70.000 liras.
Durante todo el período rosminiano, Don Bosco se mantuvo cercano a la familia
Gastaldi.[11]
Cuando Don
Bosco dejó el Instituto de la Marquesa Barolo, no recibía ingreso alguno y todo
eran gastos. Las pocas provisiones que le quedaban se acabaron muy pronto, por
lo que, junto a su madre, se confiaron a la Divina Providencia, y así Don Bosco
le dijo a su madre:
“-Hagamos lo que podamos,
exclamaba don Bosco, y el Padre de las misericordias añadirá lo que falte.
Y así, de acuerdo con su
madre, pensó y determinó vender algunas tierras y viñas que poseían en el
pueblo. Y como esto no bastara, su madre hizo que le enviasen su ajuar de boda,
que había guardado hasta entonces cuidadosamente intacto: vestidos, anillo, zarcillos,
collares. Una vez en su poder, vendió parte y el resto lo empleó para
confeccionar ornamentos para la capilla del Oratorio, que era paupérrima.
Algunas de sus ropas sirvieron para casullas; con la ropa blanca se hicieron
albas, roquetes, purificadores y manteles para el altar. Todo pasó por las
manos de la señora Margarita Gastaldi, que ya entonces ayudaba a cubrir las
necesidades del Oratorio. Lo que se sacó de la venta del collar, se empleó en
la compra de galones y adornos para los ornamentos sagrados.”[12]
La figura
de la mujer como cooperadora de la obra de Don Bosco es importante para conocer
que había muchas mujeres que, pese a estar en un segundo plano, no cejaron en
su apoyo y ayuda constante. Así se relata en las Memorias Biográficas:
“Junto a los cooperadores
fueron apareciendo en el Oratorio las cooperadoras, de las cuales también habló
en la referida conferencia: «Se sentía cada vez más la necesidad de ayudar
materialmente a nuestros pobres muchachos. Los había con unos pantalones y chaquetas
hechas jirones, con colgajos por todas partes, hasta con menoscabo de la
modestia. Algunos no podían cambiarse el pingajo de camisa que llevaban; iban
tan sucios que ningún patrón quería admitirlos en su taller. Fue la ocasión que
hizo ver la bondad y la utilidad que prestaban las bondadosas cooperadoras.
Quisiera yo ahora, para gloria de aquellas señoras turinesas, hacer saber por
doquiera cómo, aun perteneciendo a familias conspicuas y delicadas, no tenían
repugnancia en tomar aquellas chaquetas y aquellos pantalones asquerosos y
remendarlos con sus propias manos; tomar aquellas camisas hechas jirones, que
quizá nunca habían visto el agua, tomarlas ellas mismas, digo, lavarlas,
remendarlas y entregárselas de nuevo a aquellos pobres muchachos que, ganados
por el perfume de la caridad cristiana, perseveraban en el Oratorio y en la
práctica de la virtud. Varias de estas beneméritas señoras mandaban ropa
blanca, trajes nuevos, dinero, comestibles y todo cuanto podían. Algunas están
presentes aquí oyéndome, muchas otras ya fueron llamadas por el Señor a recibir
el premio de sus trabajos y obras de caridad».
Estas santas mujeres se
habían agrupado alrededor de mamá Margarita. Fue la primera, juntamente con su
hermana, la señora Margarita Gastaldi, madre del canónigo Lorenzo Gastaldi y
con ella la marquesa Fassati, después una ilustre dama de la Corte y otras más,
que no se desdeñaban de asociarse a la humilde campesina de I Becchi para
remendar harapos en su pobre cuartito.
Y cuando don Bosco empezó a
recoger huérfanos, ellas, con una solicitud maternal se cuidaron de ellos como
de sus propios hijos. Todos los sábados llevaban a los alumnos camisas y
pañuelos. Todos los meses les cambiaban las sábanas por otras limpísimas y, a
veces, apedazadas con esmero. La señora Gastaldi era la que se cuidaba del
lavado de la ropa interior. Los domingos pasaba revista de las camas, después,
como un general de la armada, ponía en fila a los alumnos y pasaba revista uno
por uno, mirando si se habían cambiado la camisa y si se habían lavado las
manos y el pescuezo. Después hacía poner aparte todo lo que debía lavarse y lo
distribuía entre las personas que se encargaban de aquel trabajo. Revisaba
también los trajes para comprobar si necesitaban algún arreglo y acudían
después a varias instituciones piadosas y casas de educación femenina que iban
a porfía para realizar este trabajo de beneficencia. Dicha señora pasaba buena
parte del día en la ropería del Oratorio ayudando a mamá Margarita a tenerla en
orden; proveía o hacía proveer de cuanto era menester para camas y personas;
ayudaba también cuanto podía con dinero, de modo que los muchachos la
consideraban, a la par de su hermana, como a una singular bienhechora. Siguió
haciendo esta obra de caridad bastantes años, aún después de la muerte de la
madre de don Bosco.”
Terminamos
la historia de Margarita Gastaldi destacando la cercanía de la familia, su
entrega y ayuda diaria con el Oratorio, a pesar de su avanzada edad, incluso
reclutando a otras familiares para ayudar. Recordemos las palabras que Lorenzo
le dedica a su madre antes de partir al extranjero por motivos de estudios:
“Pero no se olvidaba de don
Bosco a quien quería: antes de partir para Stresa e Inglaterra, dijo a su
madre:
-Para seguir mi vocación me
separo de usted; pero no se entristezca por mi partida: resígnese al querer
divino, y considere como hijo suyo, en mi lugar, a don Bosco y a sus pobres
muchachos. Dedique a esta naciente familia los cuidados que se tomaría por mí,
lo cual será muy satisfactorio y de gran mérito ante el Señor.
Y tal como el hijo se lo
indicó, así lo hizo la madre: a partir de entonces no dejó escapar un día sin
acercarse, pese a su avanzada edad, a visitar el Oratorio, acompañada de la
hermana del Teólogo y de una hija de ésta, para atender de modo especial al
buen orden de la ropa blanca, remendarla y proveer de prendas nuevas cuando era
necesario. Mientras vivió, fue una bienhechora insigne de las obras de don
Bosco.”[13]
MARÍA MAGDALENA TROSSO BELLIA
(1805-1864)
Santiago Bellia fue uno de los primeros cuatro
clérigos que el 2 de Diciembre de 1851 celebran en el Oratorio su vestición
clerical, junto con Gastini, Reviglio y Buzzetti. Por motivos de salud (perdió
un dedo con una pistola) debió dejar el Oratorio y trabajar en el clero
secular.
Narran las Memorias Biográficas que durante cinco o
seis años la señora Bellia, junto con Lucía Cagliero, colaboraron con Mamá
Margarita en el cuidado de la ropa de los alojados en el oratorio, y que esta
colaboración continuó aún cuando Santiago fue al seminario diocesano.
El primer Oratorio era una «casa» para
los jóvenes también porque allí encontraban madres. Este era un toque especial que Don Bosco trató de mantener,
no solo por razones de índole práctica, el mayor tiempo posible: su propia
madre, Margarita, la hermana de esta, «Marianna» Occhiena, las madres de Don
Rua, don Gastaldi, don Bellia y otros.[14]
Ya
hemos hecho mención más arriba que fue una de las mujeres que ayudaron a la
madre de Don Rúa en las labores del Oratorio, la Sra. Bellia cosiendo.
Las
Memorias Biográficas recogen la muerte de esta mujer el 10 de junio de 1864:,
“En estos días daba don
Bosco una demostración de afecto a don Santiago Bellia, el cual, de jovencito,
le había ayudado en los principios del Oratorio y había sido uno de sus
primeros cuatro clérigos.
El 10 de junio moría su
madre. Esta buena señora había sido penitente y cooperadora de don Bosco y le
pidió que escribiese un epitafio para su tumba en Pettinengo Biella. Don Bosco
condescendió.”[15]
El
epitafio de su tumba dice así:
Al alma
de María
Magdalena Bellia Tirosso
espejo de
caridad -modelo de vida cristiana
nacida en
Altessano, Venaria
el XXVII
de marzo MDCCCV
con
muerte preciosa pasó a mejor vida
el X de
junio de MDCCCLXIV
Su esposo
Luis Antonio
y los
hijos Santiago, José y Teresa
apenados
piden por su eterno reposo
con la
esperanza de volver a verla un día
en la
patria de los bienaventurados
Amén.
JUANA MARÍA MAGONE (¿? - 1872)
Pocas anotaciones
encontramos acerca de la madre de Miguel Magone, pero sí conocemos que estuvo
ayudando en el Oratorio, donde acudía a diario y donde pasó los últimos días de
su vida, donde murió.
Al tiempo
de enfermar Miguel, las Memorias Biográficas recogen el siguiente episodio de
la Sra. Magone con Don Bosco, quien instó a su hijo a confesarse antes de la
llegada del médico:
“Lunes, martes y miércoles
por la mañana Magone gozó de buena salud, de su habitual alegría y cumplió con
regularidad todos sus deberes.
Pero el miércoles, después
de comer, le vio don Bosco en la galería mirando cómo jugaban los demás, sin
bajar a unirse a ellos; era algo insólito e indicio indudable de que su estado
de salud no era normal.
Por la tarde, le preguntó
don Bosco qué le pasaba, y él contestó que se sentía algo molesto por las
lombrices, su enfermedad crónica. Le visitó el médico y le prescribió los
remedios usuales, mas no descubrió en él síntoma de gravedad. Pero el viernes
por la mañana no pudo levantarse de la cama porque se hallaba grave. A las dos
de la tarde fue don Bosco a verle y advirtió que, a la dificultad de la
respiración se había añadido la tos y que los esputos estaban teñidos de
sangre. Mandó llamar a toda prisa al médico. En aquel instante llegó su madre:
-Miguel, le dijo, mientras
esperamos al médico ¿te gustaría confesarte?
-Sí, madre querida, con
mucho gusto. Me confesé ayer por la mañana y también comulgué, mas, ya que la
enfermedad se agrava, deseo confesarme.
Se preparó unos minutos,
hizo señas a don Bosco para que se acercara y se confesó. Después, con aire
sereno, dijo riendo a don Bosco y a su madre:
-¿Quién sabe si esta
confesión es un ejercicio más de la buena muerte, o bien es en realidad el de
mi muerte?
-¿Qué te parece?, le
respondió don Bosco; ¿quieres curar o ir al paraíso?
-El
Señor sabe lo que más me conviene; yo no quiero hacer sino lo que a Él le
agrada.”[16]
En
1872, exactamente el 20 de enero, falleció en el Oratorio Juana María, vda. De
Magone, de quien hizo don Miguel Rúa, en su cuaderno de difuntos, este elogio:
«Dichosa de ser madre del óptimo jovencito Miguel Magone,
con ocasión de su muerte entregóse de todo corazón a Dios. Obtuvo poder venir a
acabar sus días en la casa donde se había santificado su hijo y, agradecida por
este favor, trabajaba sin descanso y todas las mañanas oía la primera misa que
se celebraba en el Oratorio. Rezaba muy gustosa y temía el pecado como una
serpiente. Después de siete días de enfermedad, murió confortada con todos los
auxilios religiosos, plenamente resignada e invocando a Jesús, María y José y a
su él, al que pedía la llevase con él al paraíso».
Hasta
aquí el pequeño homenaje a las madres del Oratorio, esa figura oculta en
segunda fila pero tan necesaria en cualquier casa. No esperemos a perder a
nuestras madres para agradecerles lo que han hecho, lo que hacen y lo que harán
por nosotros sus hijos, incluso a las que nos esperan en el Paraíso, a las
generadoras de ternura, de gestos amorosos, columnas vertebrales de las
familias y de la educación de los niños.
PARA
LA REFLEXIÓN
1.
¿Cómo le
expresas (o expresabas) a tu madre cuánto la quieres (querías)?
2.
¿Qué testimonio
de las madres del Oratorio te ha dejado huella?
3.
¿Cómo
son las actuales madres del Oratorio en tu casa salesiana de origen?
Puedes consultar más
ampliamente las referencias a las madres pinchando en los siguientes enlaces:
·
https://www.boletinsalesiano.com.ar/las-mamas-del-oratorio/
·
Memorias Biográficas: http://www.dbosco.net/mb/
[1] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 1: Origen: de I Becchi a Valdocco”,
CCS, 2012, pág. 177.
[2]
Para las cuatro referencias en este párrafo, ver MBe IV, 182s; IV, 185s; V,
390; V, 398.
[3]
MBe V, 467.
[4] MBe 4, 182-185.
[5] MBe 5, 398.
[6] MBe 5, 404.
[7] MBe 5, 467.
[8] Memorias del Oratorio, 60.
[9] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 1: Origen: de I Becchi a Valdocco”,
CCS, 2012, pág. 526.
[10] MO, 141; cf. MBe 2, 400; 3, 204-205; 4, 118.
[11] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 2: Expansión: de Valdocco a Roma”,
CCS, 2012, pág. 404.
[12] MBe 2, 399-400.
[13] MBe 4, 118.
[14] LENTI ARTHUR J., “Don Bosco: Historia y Carisma 2: Expansión: de Valdocco a Roma”,
CCS, 2012, pág. 85.
[15] MBe 7, 572.
[16] MB 6, 100.
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