…Don Bosco también cometió algunas
travesuras, pero supo ser consecuente con su deber y responsabilidad, y que su
madre supo hacerle ver la importancia de prever las consecuencias de nuestros
actos?
EL
ACEITE Y LA VARA
Normalmente, Margarita
Occhiena, madre de Don Bosco, acudía cada jueves al mercado de Castelnuovo para
vender los productos que producían en su caserío: queso fresco, pollo y
verduras. A la misma vez, compra tejidos, velas y sal. Es habitual sorprender a
los niños con algún pequeño regalo, quienes, al ocaso, van a su encuentro corriendo.
Mientras esperan, Juanito y
José (9 y 10 años) se entretienen jugando, unas veces al escondite, otras a
lanzar piedras contra algún tronco, o a la "lippa",
que consiste en lanzar de uno a otro un cilindro de madera, debiendo éste ser
agarrado con cuidado, de lo contrario cae al suelo.
En un momento determinado, Juan,
queriendo dificultar un poco el juego, lanza con fuerza el objeto al hermano,
yendo a parar el pequeño cilindro en el tejado de la casa...
- ¿Qué hacemos? - pregunta
José.
- ¡Hay otro en la cocina! -
grita Juan - ¡Voy a buscarlo!
El juguete está sobre el
armario, demasiado alto para el pequeño, quien poniéndose de puntillas estira
el bracito y lo agarra, pero... al lado había un recipiente de aceite que viene
también y, ¡paf!, se cae al suelo, esparciendo aceite y pedazos de vidrio por
toda la cocina.
José, no viendo al hermano
de vuelta, impaciente corre, entra a la cocina, agranda los ojos y pone la mano
en la boca, en un grito...
- ¡Ay! ¡Verás cuando vuelva
mamá!
Desesperados intentan
remediar el estropicio, con la escoba y el recogedor: los pedazos grandes son
fáciles de retirar, pero... ¡ah!, el aceite, ese ya no está; se desparramó todo
entre los ladrillos rojos; y la mancha se iba ensanchando, ensanchando, tanto
cuanto el miedo de los dos jovencitos.
José corre a la entrada,
para ver si llega la madre.
Juan, usando la cabeza,
pasa media hora en silencio, pensando... Después, saca del bolsillo la navaja,
va y corta una rama flexible, se sienta sobre una piedra y se pone a trabajar,
al mismo tiempo que va estudiando las palabras que dirá a su madre.
Terminada la "talla"
de pequeños diseños hecha en la rama, ven a la madre llegar. Van al encuentro;
Juan al frente, corriendo, y José, desconfiado, un poco atrás.
- Buenas tardes, mamá.
¿Cómo fueron las compras? - pregunta Juan.
- Bien, y vosotros, ¿lo pasasteis
bien?
- Mmm... "Mamma",
vea - y entrega la varita adornada con esmero para que le golpeara.
-¿Qué hiciste esta vez Juanito?
–le pregunta Margarita con resignación.
- Esta vez merezco
realmente una paliza, madre... Desobedeciéndola a usted, subí al mueble de la
cocina y... rompí la vasija de aceite... Le hice una vara, porque merezco
incluso ser castigado; aquí está ella.
Diciendo esto, pone en las
manos de la madre la rama, mirándola de arriba abajo, con sus ojos negros
arrepentidos y muy astutos...
Mamá Margarita lo contempla
por instantes, seria por momentos, dudando cómo reaccionar, y finalmente
explota en risas. Y se ríen los dos. La madre lo coge de la mano y entran a la
casa.
- ¡Que sepas que te estás
volviendo un verdadero experto, Juanito! No me gusta la vasija quebrada; somos
pobres y el aceite cuesta caro, pero estoy satisfecha, porque no me has contado
ninguna mentira. Sin embargo, debes estar más atento la próxima vez, pues quien
poco posee, cela por lo que tiene.
En ese momento José, que
vio alejarse la "tempestad" temida, también sonríe y da un abrazo a
su madre.
La verdad y la sinceridad
triunfan, la justicia y la compasión se abrazan. En cada pequeña historia
cotidiana se transmiten valores (o lo contrario); en el día a día se forjan los
santos.
Memorias Biográficas I, 74-75
Margarita de preocupaba de que sus hijos se
acostumbrasen a obrar siempre con reflexión, porque el descuido, aun sin culpa,
es fuente de daños morales y materiales. Tenía Juan ocho años, cuando un día,
mientras su madre había ido a un pueblo cercano para sus asuntos, quiso
alcanzar algo que estaba colocado en un sitio alto. Como no llegaba, puso una
silla y, subido en ella, chocó con la aceitera. La aceitera cayó al suelo y se
rompió. Lleno de confusión, trató el niño de poner remedio a la fatal desgracia
fregando el aceite derramado; pero, al darse cuenta de que no lograba quitar la
mancha y el olor, pensó cómo evitar a su madre aquel disgusto. Cortó una vara
del seto vivo, la preparó bien, escamondó con gracia la corteza y la adornó con
dibujos lo mejor que supo. Al llegar la hora en que sabía que tenía que volver
su madre, corrió a su encuentro hasta el fondo del valle y apenas estuvo a su
lado le dijo:
- ¿Qué tal le ha ido, madre? ¿Ha tenido buen
viaje?
- ¡Sí, Juan de mi alma! ¿Y tú, estás bien?, ¿estás
contento?, ¿has sido bueno?
- ¡Ay, mamá! Mire -y le presentaba la vara.
- ¡Vaya, hijo mío! ¡A que me has hecho unas
de las tuyas...!
- Sí; merezco de verdad que esta vez me
castigue.
- ¿Qué te ha sucedido?
- Me subí así, así...; y, desgraciadamente,
he roto la aceitera. Cómo sé que me merezco un castigo, le he traído esta vara
para que me mida las costillas y se ahorre la molestia de ir a buscarla.
Mientras tanto, Juan le presentaba la vara adornada
y miraba la cara de su madre con aire picarón, entre tímido y gracioso.
Margarita observaba a su hijo y la vara y, sonriendo ante la infantil
estratagema, le dijo al fin:
- Siento mucho lo que te ha sucedido, pero
deduzco, por tu modo de obrar, que no has tenido la culpa y te perdono. Y no
olvides nunca mi consejo. Antes de hacer algo, piensa en las consecuencias. Si
hubieras mirado a ver si había algo que se pudiera romper, habrías subido más
despacito, habrías observado alrededor y no te habría sucedido nada malo. No
sabes que desde pequeño se acostumbra al atolondramiento, cuanto llega a mayor
sigue siendo irreflexivo y se acarrea muchos disgustos y, a lo mejor, se expone
a ofender a Dios? ¡Sé, pues, juicioso!
Siempre que hacía falta solía repetir
Margarita estas lecciones, y con tanta eficacia de palabra, que iba logrando
que sus hijos se fueran haciendo más cautos en lo sucesivo.
PARA LA
REFLEXIÓN
1.
¿Cuántas veces hemos roto algún tarro, vasija, cristal… y se nos ha quedado
algún sentimiento de culpa?
2.
¿He sabido corregir/me sin alterarme?
3.
¿He aprendido a prever las consecuencias de mis actos?
Puedes consultar más ampliamente
la historia del bote de aceite y la vara pinchando en los siguientes enlaces:
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