EL
PERRO GRIS
Juan Bosco fue, además de
un santo sacerdote, un aventurero que no tenía miedo de meterse en los barrios
peligrosos de la ciudad de Turín, donde ejercía su ministerio. Su deseo por
llevar a Cristo a los jóvenes, especialmente a los pobres y marginados, lo llevaba
a trabajar hasta muy tarde, por lo que muchas veces regresaba al Oratorio cuando
las calles estaban desiertas y acechaban ladrones e incluso fanáticos que
deseaban “eliminar” al molesto cura que se metía “donde no lo llamaban”.
Una noche, volviendo a su
casa atravesando un descampado, se le acercó un perro pastor alemán, fuerte y
ágil como es propio de esa raza. Al principio el cura temió ser atacado, pero
pronto comprobó que el animal no tenía esas intenciones sino que era cariñoso,
como si se conocieran de siempre. Desde ese día, el perro al que bautizó como Grigio (Gris en italiano) se convirtió en su fiel compañero.
El propio Don
Bosco cuenta en sus “Memorias del Oratorio” cómo apareció en su vida en 1852: «Una
noche oscura, a hora algo avanzada, tornaba a casa solo –no sin cierto miedo–,
cuando descubro junto a mí un perro grande que, a primera vista, me espantó;
mas, al no amenazarme agresivamente, antes al contrario, hacerme carantoñas
cual si fuera su dueño, hicimos pronto buenas migas y me acompañó hasta el
Oratorio. Cuanto sucedió aquella noche, ocurrió otras muchas veces; de modo que
puedo decir que el Gris me prestó importantes servicios». Don Bosco
reconoce que ese primer encuentro fue el preludio de una relación marcada por
una noble protección: “Todas las noches que no me encontraba acompañado por
otros, superadas las últimas edificaciones, veía aparecer al Gris por algún
lado del camino”.
En varias ocasiones,
conocemos al menos tres, fue un verdadero “ángel custodio”, defendiéndole de
ataques de malhechores, como aquella vez en que unos hombres emboscaron
a Don Bosco lanzándole una capucha encima y procediendo a maniatarlo. Ahí
mismo apareció el perro para enfrentar a los bandidos y, tal fue el susto que
les provocó, que huyeron al momento. En otra ocasión
le impidió salir a la calle y, poco después, Don Bosco se enteró de que
rondaban por la zona varios individuos con la intención de hacerle daño.
Durante doce años fue un
inseparable amigo y compañero de largas jornadas, y también cayó en gracia
entre los jóvenes del Oratorio, con quienes se dejaba jugar y acariciar. El último encuentro con el perro tuvo lugar en 1866, una
tarde que caminaron juntos unos tres kilómetros hasta la casa de su amigo Luis
Moglia, el Gris se quedó en la puerta. Al salir Don Bosco al rato a buscarlo,
ya no lo encontró. Para él fue siempre un misterio ¿de dónde vino aquella noche
tantos años atrás? ¿a dónde se fue esa tarde? Nunca lo supo, la referencia al
respecto fue: “Ahí quedó la
última noticia que tuve del perro Gris, objeto de tantas preguntas y
discusiones. Tampoco pude conocer nunca al dueño. Sólo sé que aquel animal fue para mí un verdadero
regalo de la Providencia, protector en los muchos peligros que tuve que vivir”.
Como Don Bosco, miles de
personas podrían contar las historias de sus mascotas, anécdotas divertidas,
algunas de verdadera heroicidad de los animales por acompañar o salvar a sus
dueños; y también, por qué no, ese momento triste en que debemos despedirnos.
Los animales son verdaderos amigos silenciosos que no piden nada a cambio de su
fidelidad. ¡Cuántos han dejado huella en nuestros corazones! Por eso debemos
ser agradecidos con ellos y con el Creador, que supo darnos tan excelentes
compañeros para el camino de la vida.
PARA LA
REFLEXIÓN
1. ¿Cuál
es hoy mi perro “Gris”?
2. ¿He sabido
ver la mano de Dios en la compañía de alguna mascota?
3. ¿Qué
me trae a la mente esta historia?
Puedes ampliar la historia del perro Gris de Don Bosco pinchando
en los siguientes enlaces:
http://www.dbosco.net/mb/mbvol4/mbdb_vol4_543.html
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