LA VOCALÍA DE FORMACIÓN INCORPORA UNA NUEVA ACTIVIDAD DE FORMACIÓN Y REFLEXIÓN PARA TODOS LOS ASOCIADOS Y AMIGOS, SE LLAMA ¿SABÍAS QUE...?, ESTA ACTIVIDAD SE PUBLICARÁ TODOS LOS MARTES EN NUESTROS MEDIOS DIGITALES.
…Don
Bosco padeció muchas enfermedades a lo largo de su
vida? Padecía de los ojos desde los años 1846, de los pulmones,
cuando escupe sangre, hinchazón en los pies y en los tobillos,
palpitaciones de corazón, dolor agudo de
cabeza y dolor profundo en el sacro, que le impide a
veces estar sentado o de pie, y otras muchas. Un médico de
Marsella lo vio y dijo de él: “a los 65 años su cuerpo
es un paño gastado, imposible de remendar, que había que colocar
en el ropero”. En este amplio resumen de un artículo de Don Francis Desramaut
(sdb) se describen todas las patologías sufridas por el santo.
1.
En la familia
Por parte de la madre, las
afecciones del pulmón son casi hereditarias, puesto que tanto Mamá Margarita,
de casi 60 años, como su hijo primogénito José de unos cincuenta y nueve,
hermano de Don Bosco, murieron de pulmonía aguda
A los diez años (1825),
Juan cayó de un árbol al intentar agarrar un nido. Llamando el médico, dijo que
el mal estaba en el interior. Pero, si hubiera sido así, habría muerto, y curó
a los tres meses. Probablemente sufrió una pequeña rotura de costillas, con la
consiguiente pleuritis traumática, pues con el tiempo presentó un hemotórax con
costillas un poco deformadas.
2.
Enfermedad mortal en el
seminario
A los veinticuatro años
(1839-1840). Esta enfermedad se produce en un contexto muy preciso: mala
alimentación, estudios intensísimos, muerte de su amigo Luis Comollo.
Consecuencia de todo esto fue una salud empobrecida, que le obligó a ponerse
bajo los cuidados de la madre. Seguramente, este estado enfermizo se debe a un
germen que estaba incubándose en aquel organismo debilitado por estrés,
pobreza, sufrimientos de diversa naturaleza, y dominado por una excesiva
voluntad de llegar al sacerdocio.
Clínicamente no curó, pues
quedaron residuos patológicos, que tomaron mayor virulencia algunos años
después en una terrible recaída tras las dolorosas vicisitudes del Oratorio,
con expectoraciones de sangre. Pero
esta enfermedad específica pulmonar permaneció siempre en estado latente,
agudizándose en algunas ocasiones (Marsella en 1877, Turín en 1884). Hoy se
sabe que muchos son atacados por el bacilo de Koch y que no
muestran ningún trastorno porque sus organismos reaccionan con la formación de
anticuerpos. Así habría sido Don Bosco.
No obstante, continuaba con
sus penitencias: nada de café por la mañana, sólo pan seco según la costumbre
de mamá Margarita; ayunaba los viernes y sábados; “bautizaba” (añadía agua) la
sopa porque estaba demasiado caliente; otro tanto hacía con el vino... Y
repartía con los otros lo poco que le traía su madre desde I Becchi.
3.
Contagio petequial de joven
sacerdote (1845)
En 1845 confesaba en el
Instituto Cottolengo, donde había aparecido la enfermedad epidémica de la petequia
(mancha parecida a la picadura de una pulga, que no desaparece por la presión
del dedo. Se observa en enfermedades agudas, ordinariamente graves). Se
contagió y cayó enfermo. Las Memorias Biográficas hablan de la enfermedad de
las petequias; pero no es una enfermedad, sino un elemento eruptivo del
cutis, formado por una pequeña mancha, grande al máximo como un garbanzo,
difundida especialmente en el tronco y en las articulaciones, y se hace
hemorrágica por un pequeño trasvase de sangre en su interior. Una vez curada,
puede dejar o no dejar una impronta sobre la piel. Las Memorias Biográficas no
dicen si tuvo fiebre, si fue muy grave; dicen solamente que durante toda la
vida dejó marcas en la piel.
Parece que esta enfermedad
sería lo que hoy se llama tifus petequial o dermotifus. Comporta un periodo
agudo, de unas dos semanas. Si el decurso es favorable, llega a desaparecer el
exantema petequial, seguido de una descamación del cutis. Las Memorias
Biográficas dicen que estos residuos petequiales dejaron un tormento no pequeño
por toda la vida.
4.
Terrible enfermedad. (1846)
En julio de 1846 se
desvaneció violentamente y tuvo que meterse en cama. La enfermedad inició con
una forma de bronquitis aguda; después pasó a los pulmones. Estamos
ante una seria bronco-pulmonía, con
tos insistente que le partía el pecho. Estuvo en cama todo el mes de julio y,
sólo en la segunda mitad de agosto, pudo ir a I Becchi, donde tuvo que
permanecer tres meses. Esta enfermedad le dejó secuelas en su tórax, ya atacado
por el germen específico. En general, logró vencer, pero no se curó nunca,
quedando propenso a infecciones fáciles. Estas formas agudas pulmonares, en
sujetos más o menos bronquíticos, dejan un fuerte grado de astenia y la
facilidad de una sudoración deprimente, y una tos persistente, tos que tuvo
gran influencia en la patología de los últimos años. Volvió a Valdocco el 3 de
noviembre de 1846 con su madre.
5.
Incomodidades persistentes
Las molestias que lo
acompañaron en la vida ordinaria son también dignas de ser recordadas.
Los dolores de cabeza lo acompañaron casi toda la vida,
alcanzando a veces niveles insoportables. En Don Bosco debemos considerarlas
como iniciadas precozmente, en forma de estado anémico cerebral, por las
condiciones precarias de su juventud, favorecidas por las largas vigilias, por
las noches sin dormir y por el estudio incansable. Posteriormente, estuvieron
alimentadas por disturbios oculares, que desde joven se posesionaron de él y
acabaron en casi completa ceguera.
Otro compañero fue el
dolor de ojos. En los primeros tiempos de su apostolado en las cárceles
había sufrido ya perturbaciones en la vista, que le hacían cada vez más molesta
la fijación de la misma especialmente ante la luz viva. Desde 1843, a los 28
años, comenzó a sentir picor en los ojos, entre otras causas por la luz que lo
acompaña para estudiar, escribir y corregir pruebas de imprenta. También
pudieron ser causa los rayos, que por cuatro veces lo visitaron. En
1840, en el seminario de Chieri, mientras estaba asomado a una ventana,
contemplando un temporal, cayó al suelo. Los compañeros le creyeron muerto y lo
llevaron a la cama, de la que se levantó de un salto poco después. En 1856, en
julio, en unos ejercicios espirituales en San Ignacio, durante una tormenta
cayó un rayo en el pavimento debajo de sus pies. En 1861, en el Oratorio, un
rayo lo arrojó de la cama, quedando la habitación bañada de luz deslumbrante.
En julio de 1884, en plena serenidad del cielo, cayeron sobre el Oratorio de
Valdocco cuatro rayos a poca distancia uno del otro, tras haber recibido Don
Bosco la comunicación de los privilegios pontificios para la Congregación
Salesiana.
Los oculistas dicen que por
los rayos se pueden contraer conjuntivitis, cataratas y retinitis.
El primer rayo lo alcanzó a la edad de veinticinco años, y desde los veintiocho
comenzó a acusar resquemor en los ojos, que es signo de la inflamación de la
conjuntiva. Posteriormente le llegó la catarata, que es opacidad de la lente
cristalina, la que refleja las imágenes. Esta opacidad se hizo cada vez más
intensa, hasta que el ojo derecho acabó cegado en 1878. Así
Don Bosco quedó corto de vista ya en edad no vieja. Esta lesión se hizo
bilateral, y duró toda la vida. Se añadió la lesión de la retina,
obligándole a tener su habitación casi a oscuras, y él sentado en el sofá.
Otra molestia persistente
fue la somnolencia (sueño): la arrastró toda su vida, y lo
atacaba en los lugares y momentos más impensados. En 1871, mientras hablaba con
el Ministro Lanza en una audiencia en la cámara ministerial de Florencia, Don
Bosco se quedó dormido. Los esfuerzos continuos de la mente y de la cabeza
explican hasta cierto punto estos ataques imprevistos de sueño; no obstante,
estos ataques de sueño comatoso tenían su fondo etiológico en el
encéfalo, cuya función ya había sido perturbada otra vez a causa de disturbios
de orden congestivo.
Durante el día Don Bosco
trabajaba para sus muchachos, circulaba en busca de limosnas, confesaba y
predicaba en muchos centros de la ciudad. De noche robaba muchas horas al sueño
para remendar ropa y calzado, para escribir sus libros. Se acumulaba el sueño
y, a veces, lo asaltaba a traición. Después de comer, recordaba Juan Cagliero,
alguna vez se dormía de repente, sentado en la silla, con la cabeza reclinada
sobre el pecho. Entonces, los que estaban presentes, callando callandito, se
iban de puntillas para no despertarlo. Aquella era para él la hora más pesada
de la jornada. Salía, iba a hacer recados por la ciudad, visitaba a los
bienhechores para obtener su ayuda. “Caminando –decía entre sonrisas-,
me mantengo despierto”. No olvidemos que Don Bosco, había hecho el propósito
de no dormir más de cinco horas cada noche. Así que su somnolencia no obedecía
a causas patológicas, sino a simple necesidad de descanso.
A pesar de este cúmulo de
molestias, lo que más le atormentaba eran las varices. Don Bosco
las llamó “mi cruz cotidiana” ya muy tarde. Encontramos a Don Bosco con edemas
varicosos ya desde 1846, a sus treinta y un años. Son debidas a que
las válvulas venosas, a modo de nido de golondrinas, no cierran bien y fluye
demasiada sangre venosa impurificada, produciendo ulceración. Se corre peligro
de erisipela y de tromboflebitis, que puede llevar a la embolia. Estudiando lo
que ha escrito sobre las várices de Don Bosco, sabemos que sufrió todas estas
complicaciones: sufrió erisipela en diciembre de 1861, y en
1884 en forma más grave, remitiendo sólo tras dos meses, pues tuvo disturbios
de corazón.
Las Memorias Biográficas
hablan largamente del edema en las piernas. Desde 1853, a sus
treinta y ocho años, este edema se extendió a las extremidades, y era tan
visible, que debió hacerse ayudar para ponerse los zapatos, por encima de los
cuales caía la piel edematosa. Y esto, teniendo apenas cuarenta años, cuando
todavía no había renunciado a desafiar y vencer a sus muchachos en las
carreras. Se le pusieron zapatos elásticos. Estos favorecen a los
varicosos, pero están contraindicados cuando ya hay llagas, es decir,
ulceración de la piel. Así se comprende el sufrimiento de Don Bosco por el solo
cambio de zapatos, que formaban una unidad con la carne llagada.
El 26 de noviembre de 1871,
Monseñor Gastaldi toma posesión de la diócesis de Turín. Durante la ceremonia,
Don Bosco sintió fuertes dolores en la espalda y una palpitación afanosa violenta.
6.
Larga enfermedad (1871
-1872)
En diciembre va a Varazze:
en estos días invernales recorre los alrededores para visitar a familias de
bienhechores. Al volver, cayó desvanecido en la estación y tuvieron que
llevarlo en brazos al colegio. El joven médico pensó que era un ataque
apopléjico, y lo sangró; pero no había tal ataque, y así resultó inútil. Desde
la primera noche (6-7 de diciembre) no podía moverse, teniendo que pedir ayuda
para cambiar de posición y para cualquier necesidad. Tenía dolor en la espalda, que
se había difundido por toda la persona.
Llamaron a un médico de la
Universidad de Turín, que diagnosticó fuerte reumatismo; volvió
otras dos veces. El salesiano coadjutor Pedro Enría, que lo siguió durante los
cincuenta y dos días que Don Bosco estuvo en la cama, fue testigo en estos momentos: fuerte
dolor en el lado izquierdo de la espalda, inmovilizando el miembro
correspondiente, con tres síntomas precisos, constantes y
reincidentes: fiebre, que a veces hacía desvariar al enfermo durante horas
y horas. A veces se unía, especialmente en los primeros días, un vómito
obstinado que duraba horas enteras y que extenuaba al pobre paciente.
La gente se interesó por
esta enfermedad, ofreciendo su vida a cambio de la Don Bosco, chicos,
sacerdotes, obispos, el propio Papa… Una bienhechora le ofrecía una bella
alfombra para su habitación de Turín para que se la pusiera a los pies y no
pasara frío: Don Bosco le dijo que le quedaría mucha más agradecido si le
regalaba un fajo de billetes, que lo libraría de frío de las extremidades y del
dolor de cabeza que le iba a producir la vuelta al Oratorio. En total, el
médico no acertó. Y el enfermo empeoró hasta tal grado, que Don Bosco
rehizo su testamento.
Pasada la Navidad de 1871,
se tiene una tregua, mientras la piel
cae a pedazos y Don Bosco sufre fuertes picores, el enfermo bromea, y
espera que la nueva piel sea mejor que la vieja. El 3 de enero de 1872 se
inició una forunculosis cutánea que lo atormentaba con fiebre.
En este tiempo llega un telegrama del papa Pío IX; Don Bosco queda conmovido, y
lo hace colocar en un cuadro. Ya no volverán las recaídas.
El 12 de enero se hace
afeitar y se lava con agua caliente: signo de que el enfermo se encuentra bien.
El 14 de enero se levantó por primera vez y pasó dos horas en un sillón,
cubierto con un abrigo rojo que le había mandado una bienhechora; bromeando,
decía que le parecía que era una langosta roja. El 28 de enero pudo decir misa.
El 15 de febrero llegaba a Turín, entrando “por la puerta mayor de la iglesia para
ir a dar gracias a aquella a quien debo mi curación”.
No se sabe bien qué
enfermedad sufrió. Las Memorias Biográficas hablan de fiebre miliar; y
parece que así fue.
7.
Enfermedades crónicas.
Desde 1872 se le añade un
insistente dolor de muelas. Sin embargo, desde su cuarto sigue a
sus Oratorios de Turín y de fuera de Turín, acepta el colegio de Valsálice,
acaba la fundación de las Hijas de María Auxiliadora. Pasa el verano en
Alassio, cuidándole el buen Pedro Enría.
Don Bosco quemó las
etapas de convalecencia: antes de un mes de la terrible y larga enfermedad,
ya estaba en Turín. ¡Y era el frío febrero! Habría necesitado un largo reposo
absoluto, una alimentación adecuada, y sólo quiso la comida común.
Tras su muerte, a distancia de diez y seis años, en el armario de su cuarto se
le encontraron las botellas de buen vino viejo que le habían regalado para su
restablecimiento.
Y le quedaba la aprobación
definitiva de las Reglas de su Sociedad, hacer de conciliador entre Iglesia y
Estado, y el cuidado de sus 300 salesianos y sus casi 800 muchachos. Por si
esto no bastase, se le añadieron los sufrimientos interiores en 1875. Recién
partidos los misioneros, vuelve a aparecer su cuadro patológico: fiebre,
erupciones cutáneas, sudores. Y él callaba.
8.
En la vejez.
En febrero de 1877, en
Marsella, sufre una reagudización bronquial. En abril de 1878
padece enfermedad en Sampierdarena, con vómitos, fiebre, escalofríos, sudores.
Y vienen la fundación de los Cooperadores, y la iglesia de san Juan
Evangelista, y los viajes a Francia, Roma, otra vez a Francia, España, la
iglesia del Sagrado Corazón de Roma.
No debemos olvidar: sentado
a la mesa de trabajo o en los trenes, sufre cuando se sienta por los disturbios
hemorroidales; estando de pie, sufre por la hinchazón de las
piernas y de un pie. Hay que añadir un absceso perianal que lo atribuló
bastante tiempo y que escondió. De erguido en su persona, Don Bosco va
encorvándose lentamente y adquiere la típica estampa de los últimos años,
primero con las manos a la espalda para equilibra su postura, luego con el
bastón. Tiene 66-67 años, pero aparenta muchos más debido a la artrosis vertebral tan común en los
viejos. Y cuando alguno le pregunta por qué andaba curvado, respondía
bonachonamente que llevaba la iglesia del Sagrado Corazón a sus espaldas.
A primeros de 1884, Don
Bosco fue atacado por una forma aguda de bronquitis, con fiebre, tos y
expectoraciones sanguinolentas, el corazón comenzaba a cansarse.
Estuvo poco en cama; y, contra el parecer de todos, realizó el viaje a
Francia... a buscar dinero.
A los sesenta y ocho años,
en Marsella, en 1884, fue visitado por una celebridad médica del tiempo, el
profesor Combal, de la Universidad de Montepellier. Tras un reconocimiento
cuidadoso, concluyó con una frase pintoresca: Don Bosco era un vestido
gastado que había que colocar en el ropero.
En el otoño de 1884,
estando en Valsálice, le asaltó un dolor tan grande en una pierna, que tuvo que
volver rápidamente a Turín. Sufrió una infección de erisipela (ya
tenida en 1861), con fiebre y respiración afanosa. El médico halló en la zona
una costilla levantada (tal vez era consecuencia de una fractura
costal del tiempo de la famosa caída por agarrar el nido). En esta
ocasión, teniendo sesenta y ocho años, es cuando el médico le rogó que le
apretara la mano fuerte, viéndose obligado a gritar de dolor.
El 24 de mayo de 1885
partió otra vez a Francia. Don Viglietti, su secretario, escribe: “La salud de
Don Bosco es muy mediocre: tiene tos y dolor de cabeza, y está roto y curvo”.
Vuelto en julio, fue a descansar a Mati Torinese. Allí fue sorprendido por un absceso en la axila, que el cirujano le
abrió. También le sobrevino un eczema en la espalda, que le
producía un picor ardiente; tanto, que no pudo trasladarse a Turín para
celebrar la fiesta de la Asunción. Y, como envejecía cada vez más, había
que sostenerlo, y saber sostenerlo. Así un joven, que le puso la mano bajo
la axila, le hizo ver santamente las estrellas.
Al final de 1885 sufrió
disturbios intestinales de tipo disentérico, que le disminuyeron las pocas
fuerzas. En la oscuridad de su cuarto rezaba, daba audiencias, confesaba,
sufría pacientemente.
En marzo de 1886 decide
viajar a España. Escribe Viglietti: “Gracias a Dios, Don Bosco no está
peor”. Y más tarde: “A fuerza de bendecir, se halla sin aliento y sin
fuerzas”. La jornada de Pascua sufrió resfriado y tos. Partió de Barcelona el 6
de mayo; al volver a Turín, “estaba envejecido, lento de movimientos, con poco
aliento”.
En abril de 1887 una
tarde se quedó de repente sin poder hablar, sin movimiento y con respiración
muy dificultosa. Afortunadamente, después de una noche de buen descanso,
pasó todo. Tal vez fue una embolia, y no un derrame cerebral, pues,
excepto rarísimos momentos de desvanecimiento, la función cerebral siempre
estuvo a punto. El 20 de abril de este año 1887 parte para Roma a la
inauguración de la iglesia del Sagrado Corazón. El Papa lo recibió en
audiencia; viéndolo tan enfermo, le puso sobre las rodillas un manto de armiño,
que luego le regaló. En el verano fue a Lanzo, desde donde escribía:
“Estoy aquí en Lanzo, medio ciego, casi enteramente cojo y casi mudo”. Viglietti
lo llevaba a pasear en una silla de ruedas. El 20 de octubre realizó la última
salida de la ciudad para ir a Fogglizzo. Las Memorias Biográficas recuerdan su
viaje en carroza, tirada por los habitantes de Montanaro y Foglizzo, entre las
aclamaciones de los chicos de los dos pueblos confinantes.
9.
Muerte.
Desde finales del 1887
estuvo clavado en su habitación entre la cama y el sillón. A principios de
enero de 1888 tuvo una leve mejoría. El 20 de enero sufrió la última recaída,
afectando particularmente los pulmones y el corazón. Este
empeoramiento ya no se detuvo, llegando a complicaciones paralíticas de las
articulaciones y de los esfínteres, que hicieron exclamar a Don Bosco: “Me
hallo entre inmundicias”. El 29 de enero, fiesta de San Francisco de Sales,
recibió la última comunión, sereno y tranquilo. La mañana del 31 de enero de
1888 Don Bosco volaba al cielo. Tenía setenta y dos años y cinco meses y medio.
CONCLUSIÓN
En ese multiforme cuadro
patológico padecido, la figura de Don Bosco sobresale en grandeza, pues le fue
concedido el arte de esconder el dolor. Lo hizo desde la juventud hasta el
final de su existencia. Y no sólo esto, sino que supo soportar y esconder este
calvario en modo excepcional. Debía pasar la vida con la juventud; y los
jóvenes tienen necesidad de una faz acogedora. Sus íntimos habían comprendido
su táctica; por eso, los días en que lo veían más chistoso que de costumbre,
comentaban entre sí: “Don Bosco debe de tener hoy alguna grave dificultad”. Esta
aceptación fue consciente.
Por una sola cosa no rezó
nunca Don Bosco: por la curación de sus enfermedades, aun dejando que los otros
hicieran. En una ocasión, invitado a pedir por su salud, respondió: “Si supiese
que una sola jaculatoria bastaba para curarme, no la diría”. Logró integrar el
dolor como una parte más de su vida: comparando las obras y la salud de Don
Bosco, su rica y única personalidad aparece más admirable y gigantesca
santidad. Su aceptación se convierte en una manifestación de la grandeza de
Dios, que manifiesta su poder en la debilidad.
PARA LA
REFLEXIÓN
1. ¿Qué
me aporta este “cuadro patológico de enfermedades de Don Bosco” a mi vida?
2. ¿He
aceptado mi sufrimiento o el de mis seres queridos como algo que me acerca más
a Dios?
3. ¿He
aprendido a llevar la cruz en mi camino de santidad?
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