27 de noviembre de 2018

"LAS HOJITAS DE DON LUIS" - NÚMERO 172


DOLORES Y GOZOS DE “MAMÁ MARGARITA”

por José M. Espinosa sdb

I.- «EL MARGARITAZO»

Tenía Margarita Occhiena 53 años cuando un hermoso día de primavera se subió a un moral de considerable altura pensando en los gusanitos de seda de sus nietecillos... Cayó al suelo sin sentido. El alegre corro de los pequeños enmudeció de espanto. Una rama desgajada le señaló la frente de forma que la cicatriz no le abandonó durante el resto de sus días...
En 1885, casi treinta años después de su muerte, el artista José Rollini pintó un retrato de «Mamá Margarita» en el que un simpático gorrito de lana disimulaba la vieja herida. Don Bosco, que recibió el lienzo como regalo en el día de su santo, exclamó conmovido: Es ella exactamente... Solamente le falta hablar...
¿Cómo condensar en siete humildes pagi-nillas el caudal biográfico, espiritual, anec-dótico, de esta santa campesina? Traduciendo el mejor trabajo italiano que la ha estudiado exhaustivamente  -el del profesor Aldo Fanto-zzi- me emocioné con frecuencia... Esas 250 páginas rezuman «misterio y profecía». Algún día «Mamá Margarita» hará brincar de alegría el corazón universal de la gran Familia Salesiana: la veremos en los altares. Yo no quiero diñarla sin experimentar esa gozada. Será su verdadero y gran «margaritazo».

II.- LE PUSIERON UN BONITO NOMBRE...

Margarita significa perla preciosa. En su pueblecito natal, Capriglio, de la diócesis de Asti, entre acacias y castaños, moreras y verdes prados, la futura madre de Don Bosco brillará por sus excelentes dotes humanas y por su recia fe de creyente sin fisuras.

El 1 de abril de 1788 viene al mundo y ese mismo día la bautizan.

Malos tiempos los de la niñez y juventud de Margarita. Escasez, fatigas, hambres y sa-queos... Los soldados del ejército napoleónico de ocupación vivaquean con sus caballos por los campos italianos y aquella frágil muchachita se atreve a ponerlos en fuga con un tridente para que no arruinen el maíz de su era. No conocerá la timidez, la cobardía. Siempre audaz, decidida, confiada y tenaz, Margarita es un modelo de fortaleza ante la adversidad para cualquier madre...
En el cercano caserío de los «Becchi» («los picos») un vigoroso muchacho con algunos posibles, llamado Francisco Bosco, se ha quedado viudo. Tiene 27 años y debe atender a su hijo pequeño, Antoñito, y a su anciana madre casi paralítica. La solución va a ser magnífica: matrimoniar con Margarita, cuatro años más joven, el 6 de junio de 1812...

III. UNA LUZ EN LA LEJANÍA...
¿Qué ha pasado para que este pequeñín, Juanito Melchor Bosco, agarrado a la mano materna, no quiera salir de la habitación de su padre?... Francisco Bosco, con la edad de Cristo, un viernes a las tres de la tarde, dirije unas palabras entristecidas a su esposa. Es la despedida definitiva después de cinco años de amor sincero. Por el corazón de Margarita vaga la negra sombra de la desolación... También su mamá, Dominga Bossone, abandonará muy pronto y para siempre su Capriglio nutricio...
Margarita atiende a la dura brega del terrazgo, a las deudas inquietantes que ha dejado su marido, a la postración de la abuela paterna de sus hijos. Son tres: José, el primero, es dulce y dócil. Juan es temperamental, vivo, animoso. Antonio, que llama despectivamente madrastra a la que fue la esposa de su padre, se convierte en una tremenda pesadilla por su mal carácter y el cruel mazazo de su total orfandad prematura...
Pero un día el más pequeño de la casa sueña unas misteriosas escenas y pronuncia unas asombrosas palabras y describe a unos majestuosos personajes... A Margarita Occhiena le da un vuelco el corazón y exclama proféticamente: «¡Quien sabe si algún día serás sacerdote»!... Su hijo predilecto será Padre de muchos jóvenes sin norte ni guía...

IV.-  CUNA Y ESCUELA

Teresio Bosco, salesiano publicista, ha escrito en su popular biografía del santo Fundador que «la Congregación Salesiana se acunó en las rodillas de Mamá Margarita», expresión que mi admirado profesor en Roma, Don José Aubry, calificó con un superlativo: «indovinatissima» (muy lograda, muy acertada). ¿Qué virtud practicó Don Bosco durante su vida que no hubiera aprendido en la escuela materna? Alegría, trabajo, oración asidua, hospitalidad, confianza en la Providencia, humildad, generosidad con el menesteroso, sacrificio, diálogo, austeridad. Y hasta su Sistema Preventivo.
¡Qué dura la escuela de Margarita! Habitúa a sus hijos al madrugón diario, a sostener en los labios una canción durante el trabajo, a caminar kilómetros sin chistar, a compartir el pan y el companaje, a contemplar las estrellas y admirar la tormenta, a apañar un rincón en la pobre casa para el caminante desnortado. Tuvo dispuesta una vara permanente pero nunca educó a zurriagazos ni pescozones... De sus labios de analfabeta brotaron palabras pre-ñadas de sabiduría. Pero (creo yo) ningunas tan lacerantes y definitivas como aquellas...: el día que llegues a ser rico, tu madre no pisará el umbral de tu casa.

V.-  NO SABÍA LO QUE LE ESPERABA...

Castelnuovo se engalana. El mes de junio de 1841, Juan M. Bosco, flamante presbítero de 26 años, celebra su Primera Misa solemne. Es la festividad del Corpus. El párroco, Don Cinzano, un apasionado de la excelente música, ha preparado la inspirada partitura del Mtro. Mercadante. Ricos manteles en el banquete, selectos invitados... Don Bosco preside la solemne procesión popular.
¿Qué regalo comparable al de tener un hijo sacerdote podría soñar Margarita Occhiena? Han sido generosos los sacrificios, sangrantes los sufrimientos, larga la paciencia... Pero han valido la pena. He aquí el gran trofeo de esta clarividente analfabeta: un hijo inteligente, fer-voroso, sensible, alegre, trabajador, disponible, soñador... y santo.
Aquella noche, en la colina de sus sueños, en la humilde casita de su infancia, las lágrimas del novel misacantano resbalan por sus mejillas al escuchar las seguras palabras de su madre. Una vez más, acertando en la diana, le llega al hondón del alma. Entre otras cosas le dice: «Estoy segura de que todos los días pedirás por tu madre, esté viva o difunta. Esto me basta. Piensa en las almas, no te preocupes por mí». Lo que Margarita no sospechaba era que durante los diez años restantes de su asende-reada existencia se convertiría, por vivo deseo de su hijo, en madre de una tropa juvenil, primera célula de una gigantesca familia...

VI.-  UN    HEROICO...

¡Cómo me gusta ese azulejo que tenemos en Utrera! Mamá Margarita, con su cestita de ropa blanca, ha abandonado para siempre la paz de sus hermosos campos piamonteses. ¿A dónde va junto a su hijo sin una lira en el fardel?... «Giù dai colli un dì lontano»... cantarán miles de gargantas en el himno de la Beatificación de S. Juan Bosco (1929) «Desde las colinas un día lejano»... Al santo turinés le esperan arrapiezos malolientes, sin cultura ni cariño... El cobertizo «Pinardi» de Turín nos trae a la memoria goteras, barro, remiendos, noches en vela, destrozos en el huertecillo, escasa pitanza, ladronzuelos, cansancio, generosidad sin medida...
Llevaba Mamá Margarita cuatro años bre-gando con aquella plebe que aumentaba sin cesar cuando un día de 1850 se destempló inesperadamente. Su querido Don Juan va a escuchar una triste decisión: ella se marcha a la lejana casita de campo. Su hijo responde señalando un crucifijo cercano. La mujer fuerte se echa a llorar... y vuelve al trabajo. No volverá a ocurrir. Entre aquellos huérfanos de Don Bosco hay un chico llamado Juan Cagliero. Será el primer cadenal salesiano y vendrá a Utrera. ¡Qué bellamente describió él mismo su llegada al Oratorio y la bondad acogedora de una madre sin letras pero con un corazón de reina, según la famosa expresión acuñada por el propio Don Bosco!.

VII.- DEBEMOS ESTAR SIEMPRE JUNTOS»

No tiene lápida ni epitafio Mamá Margarita. ¡Lástima! Fueron destinados sus restos mortales a la fosa común. Bueno... pero tiene su nombre grabado en tántos corazones... En Sevilla le han dedicado una calle. ¡Genial!...
El 25 de noviembre de 1856 fue el día más triste de aquel último decenio en Turín. Con doce liras en su vestido pobrísimo, con 69 años de vida abnegada, con palabras de ternura maternal, Margarita se despedía de este mundo... A lágrima viva la lloraron sus muchachos que entre salmos y marchas fúnebres de su Banda de Música la acompañaron al camposanto. Margarita Gastaldi, la madre del arzobispo, afirmó que nunca había conocido unos funerales más emocionantes...
D. Bosco se fue al santuario de la «Consolata» pidiendo a la Señora que fuera siempre la Madre de sus jóvenes. La santa difunta había querido que su Juan fuese de por vida «todo suyo».
En agosto de 1860 Don Bosco contempla en visión sorprendente a su madre llena de felicidad, cantando con dulce voz, acompañada de un coro formidable... Su madre le dice: «Te espero. Nosotros dos debemos estar siempre juntos». ¡Claro! ¿Cómo nombrar a San Juan Bosco sin acordarnos de aquella «perla preciosa» que tuvo por madre?...




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