“DIOS
TODO LO DISPONE PARA NUESTRO BIEN”
(Una página de oro de Sor Ángela de la Cruz)
“DIOS
TODO LO DISPONE
PARA NUESTRO BIEN”
1.- “En esta meditación entré con facilidad, y empecé entregándome
toda a Dios, que estaba dispuesta a ser toda suya haciendo su voluntad en todo.
2.- Y se me uso claro el cómo los bienaventurados hacen la
voluntad de Dios en toda la plenitud de la perfección; porque como están
perfectamente unidos a Dios y todo lo ven en Él, ven el plan de su admirable
providencia en todo lo que ordena y permite, la gloria que dan a Dios, los
beneficios tan grandes que son para las criaturas en el orden de su
santificación; todo lo ven tan bueno y admirable como dispuesto por Dios, que
es todo amor y misericordia para sus criaturas.
3.- Y todo dispuesto con una sabiduría infinita y no queriendo más
que el bien para nosotros. Así es que le dan gracias para suplir las que no le
damos, muchas veces, cuando no nos parece un beneficio lo que Dios permite, y
nos quejamos y no lo aceptamos como una cosa dispuesta por nuestro Padre
Celestial porque así nos conviene, sino al contrario, como si fuese lo peor que
nos podía suceder y como si nosotros, mejor que nadie, supiésemos lo que nos
convenía...
4.- Porque si alguna persona, interesándose por nuestro bien
espiritual, nos hace reflexiones, no la oímos y como que decimos en nuestro
interior: Tú, ¿qué sabes? Si a ti te estuviese pasando, veríamos como te
portabas.
5.- Pues bien, aunque en el
cielo se purifica más el amor que los bienaventurados nos tenían cuando vivían
en la tierra con nosotros, pero este amor se purifica no queriendo más que
nuestra santificación. Y así es que, aunque sea una cosa dura y penosa que nos
pase, se alegran y bendicen a Dios; y aunque padezcamos y en Dios vean nuestros
sufrimientos, no les quita esto nada de su felicidad y siguen tan unidos a
Dios, no queriendo que se acaben los trabajos ni que no se acaben, sino lo que
sea para mayor gloria de Dios.
6.- También se me venía: aunque el mundo esté en tinieblas y Dios nos
mande los mayores castigos, ¿qué altera esto en los santos su paz y su ventura?
Nada. Al contrario, se aumenta, de ver la gloria de Dios brillar en su
justicia, como cuando la ven en su misericordia; y que cuando Dios castiga es
misericordia y misericordia infinita.
7.- Parte práctica que saqué de esta meditación: Que si por la fe
todo lo vemos en Dios -si no con la claridad como los que están ya en el cielo,
pero sí con la misma certeza- pues el alma justa que tiene todo esto grabado en
el fondo de su alma y que tantas veces ha tenido ocasión de tocarlo, que lo que
parecía un mal que no tenía explicación,
pero que Dios lo permitió; cuando menos se esperaban ni se creía, todos estaban
en expectación sin darse la explicación de aquel acontecimiento, y el tiempo
que suele explicar algo, nos ha hecho ver que lo que entonces parecía un mal,
era un beneficio de los más grandes que Dios, en el orden de su Providencia,
nos tenía dispuesto, y por el que nunca podremos dar las gracias suficientes,
ni sabremos agradecer bastante.
8.- Pues si esto lo sabemos, no solo por la fe, sino por lo que
estamos tocando todos los días, ¿cómo estamos diciendo “hágase tu voluntad”, y
sintiendo que se haga cuando no se hace como deseamos?
9.- En esto conocí, tan claro, la conformidad tan perfecta de mi
voluntad con la de Dios que, en el grado de perfección que Dios me pide, tengo
que abrazarla, que es tanta como ésta de los bienaventurados: no habiendo más
diferencia de mi naturaleza, acuda a Dios para que me dé su gracia, para que mi
espíritu sostenga mi voluntad tan firme en la unión con la de Dios, que ahogue,
con prontitud, los gritos de la naturaleza y no oiga más que la gracia. Esto no
lo tienen que hacer los bienaventurados porque para ellos se acabó la lucha;
como aún en este mundo se acabó para algunos santos que, con la repetición de
estos actos tan perfectos, consiguieron vivir una vida tan sobrenatural que
todo esto les era fácil.
10.- Pero vamos a lo mío. Con esta conformidad de voluntad todo lo
veré tan bueno, todo para nuestro bien; y que haya penas o alegrías, trabajos o
descanso, nada alterará la paz de mi alma, ni me apartará de la unión con Dios.
Colocada a la altura de esta perfección que Dios me pide -y que es
indispensable- me haré superior a todo lo humano.
11.- Y abarca también esto, el apuro que nos entra cuando vemos
padecer a nuestros prójimos; pues aquí también nos tenemos que alegrar que
sufran, que padezcan, porque es la gloria de Dios y de su santificación y para
evitarles el purgatorio.
12.- De las hambres, guerras, terremotos, epidemias: pedir, clamar
y todo lo que se quiera, pero con esta alegría interior: “hágase tu voluntad; así conviene; inspira lo que
debemos hacer y lo que debemos pedir”. Y sin perder la paz ni la tranquilidad.
13.- Esto abarca también, poner en las cosas todos los medios
humanos que sabemos debemos poner: porque Dios, cuando las cosas se pueden
(remediar) hacer por los medios ordinarios, no suele valerse de los
extraordinarios.
Y, después de ponerlos, el resultado que sea el que Dios quiera,
pues para nosotros, tanto lo próspero como lo adverso, -según dice la gente-
son los dos buenos, porque como no vamos buscando más que la voluntad de Dios,
nos quedamos muy contentos con cualquiera que sea la voluntad de Dios y
diciendo: “¡Bendito sea Dios una y mil veces, porque me ha dado todo lo que me
convenía para mi satisfacción!”.
14.- Todo esto conocí que era de mucha perfección y muy sólida,
pero para mí, muy difícil, porque estoy diciendo con boca: “no quiero hacer
más que la voluntad de Dios”, y, de
las obras, se ve todo lo contrario; siempre respirando el espíritu humano.
15.- Pero como todo lo espero de Dios, que no hace las cosas a
medias, cuando me da estos deseos de aspirar a tan alta perfección (y el
confesor que los aprueba), me dará todo lo demás. Y si no lo consigo tan pronto
como deseo, me humillaré; pero no desmayaré, sino que, con la gracia de Dios,
seguiré firme en mi empresa de hacerme santa.
(Sor Ángela de la Cruz, escritos íntimos.
Edición crítica, introducciones y notas. José María Javierre. Sevilla. ABC,
núm, 362, pág. 488-491).
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