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TEMA: LA ORACIÓN.
Nº 13.
Cuentan
los evangelios que los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron: “Maestro,
enséñanos a orar”. ¿En qué estarían pensando aquellas personas cuando
pronunciaron la palabra "orar/oración"? Si le pedían a Jesús que les
enseñase es que tal vez no sabían. Lo habrían visto hacer a otros y parece que
se sintieron atraídos por la experiencia. Jesús se sorprendería; le pedían
muchas cosas y en cualquier momento: la vista, quedar limpios de la lepra o
libres de los demonios, poder caminar, recuperar la salud, incluso ¡volver a la
vida! Pero sin embargo estos discípulos, no sabemos quiénes eran, le
preguntaron por la oración. ¿Por qué querían aprender a orar?.
Si
nos fijamos en la figura de D. Bosco sus biógrafos coinciden al decir que su
vida se alimentaba fundamentalmente de la oración. Curiosamente quien vivía
codo a codo con él podía tener a veces la impresión de que la oración no le
ocupaba mucho tiempo. Tanto que aquel Monseñor de la Curia, que tuvo que
estudiar los testimonios de su proceso de beatificación, presentó la famosa
objeción que consternó a los Salesianos: Pero ¿cuándo rezaba Don Bosco?. Frente
a esta imagen aparece la de Don Aquiles Ratti, quien llegaría después a ser
Papa con el nombre de Pío XI, y que visitó a Don Bosco en el año 1883. Con su
aguda inteligencia y con una sensibilidad que generalmente no tiene el que vive
en el ajetreo de la vida de todos los días, D. Aquiles contempló en pocas horas
la atmósfera de oración que transpiraban todas las acciones de Don Bosco.
Mientras etuvo en Valdocco, se hallaban también presentes los directores de las
casas salesianas. Después de la comida, Don Bosco estaba de pie, apoyado sobre
la mesa y ellos venían a exponerle sus dificultades. Don Aquiles Ratti quiso
retirarse, pero extrañamente le dijo Don Bosco: “No, no; quédese.” Cuarenta y
nueve años más tarde, Pío XI, hablando de Don Bosco a los seminaristas romanos,
narró aquel hecho y dijo: “Había gente que llegaba de todas partes, quién con
una dificultad, quién con otra. Y él, de pie, como si se tratase de asuntos de
un momento, lo escuchaba todo, lo recogía todo, respondía a todo. Un hombre que
estaba atento a todo lo que sucedía a su alrededor y al mismo tiempo se habría
dicho que no ponía atención a nada, que su pensamiento se hallaba en otro
lugar. Y era verdaderamente así: se hallaba en otro lugar, estaba con Dios. Y
tenía la palabra exacta para todo, de modo que causaba maravilla. Esta es la
vida de santidad, de constante oración que Don Bosco llevaba entre continuas e
implacables ocupaciones.”
Esta
oración, que se convierte en atmósfera, que circunda toda acción sin
interrumpir el ritmo de la actividad, será llamada de diversas maneras. Don
Viganó, repitiendo las palabras de San Francisco de Sales y de Don Felipe Rinaldi,
gusta llamarla “el éxtasis de la acción”.
Muchos
han sido los santos que han logrado esta unión con Dios. Dice San Juan
Crisóstomo: “La oración no debe circunscribirse a determinados tiempos y horas,
sino que debe florecer continuamente, noche y día. No solamente hay que
levantar nuestra alma a Dios cuando nos entregamos con toda el alma a la
oración. Es necesario que también, cuando estamos ocupados en otros asuntos, tengamos
el deseo y el recuerdo de Dios para que todo, impregnado de amor divino, como
de sal, todo se convierta en alimento gustosísimo al Señor del universo.
Podemos gozar continuamente de esta ventaja por toda la vida, si dedicamos el
mayor tiempo posible a este tipo de oración... que es un deseo de Dios, un amor
inefable que no proviene de los hombres. Si el Señor concede a alguien este
modo de oración, es una riqueza que hay que valorar, es un alimento celestial
que sacia al alma. Quien lo ha gustado se enciende en deseos celestiales por el
Señor, como si se tratase de un fuego ardentísimo que inflama al alma”.
D.
Bosco fue un hombre atento a todo, y al mismo tiempo su pensamiento estaba
puesto en Dios. Es necesario que cuando estamos ocupados en nuestros trabajos también
tengamos el deseo y el recuerdo permanente de Dios. Es algo más que unas simples
jaculatorias. La meta a conseguir es la de vivir un día cotidiano inmerso en el
recuerdo y en el pensamiento de Dios y repetir desde lo más profundo de nuestro
ser: Dios está aquí, a mi lado. Estoy en las manos de Dios. Y así, en todas las
cosas que sucedan, aunque parezcan tan pobres e insignificantes, se cumpla el
Reino de Dios. D. Bosco absorbió esta oración de contemplación de su madre.
Esta gran mujer maduró su espiritualidad entre el heno y el grano de la siega,
harapos que remendar, coladas y pucheros. En aquellos humildes trabajos tenía
el deseo y el recuerdo de Dios, y la jornada más gris estaba “impregnada de
amor divino como de la sal”.
Pidamos
a esta verdadera madre de la Familia Salesiana que nos obtenga, también a nosotros,
una espiritualidad fundada sobre este amor grande que vio crecer en su hijo,
sobre el deseo de consumirse por la salvación de los más humildes, y sobre
aquella atmósfera de oración que envolvió sus días y los de su hijo.
PARA LA REFLEXIÓN
- ¿Cómo
es tu oración?.
- ¿Das
a la oración la importancia que tiene para alcanzar una mayor unión con Dios?.
-
¿Tratas de vivir cada momento de la jornada en unión con el Señor tratando de
descubrir en todo su voluntad?.
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