11 de mayo de 2021

¿SABÍAS QUE...? - Número 25

   


… en el Oratorio de Valdocco, además de la madre de Don Bosco, también fueron protagonistas otras mujeres que entregaron su vida en favor de los jóvenes más necesitados?

 

LAS MADRES DEL ORATORIO DE DON BOSCO (I)

 

Comenzamos un nuevo mes de mayo, mes que los católicos dedicamos especialmente a la Virgen, la Madre de Dios. Por eso es el mes de las madres, de todas las madres, las que se desviven por sus hijos y lo dan todo por ellos y la familia. También el Oratorio de Valdocco tuvo la presencia de una madre gracias a Don Bosco, la Virgen Auxiliadora, que todos los Antiguos Alumnos llevamos no sólo en la cartera, sino en el corazón.

Además, de la madre espiritual[1], el Oratorio tuvo otra madre, la más conocida Mamá Margarita, la madre de Don Bosco y que fue adoptada también por todos los chicos que convivían con ella. Pero tal vez desconozcas que también hubo otras madres de salesianos famosos o de estudiantes menos conocidos que decidieron dedicar su vida al cuidado de los chicos del Oratorio. Valga este pequeño homenaje a las madres del Oratorio para conocer sus historias.

 

MARGARITA OCCHIENA (1788-1856)

La madre de Don Bosco nació el 1 de abril de 1788 en Capriglio (Asti, norte de Italia). Casada con Francisco Bosco, el día 6 de junio de 1812, se trasladó a vivir a I Becchi. Después de la muerte prematura de su marido, tras cinco años de matrimonio, Margarita, a sus 29 años, tuvo que sacar adelante a su familia, ella sola, en un tiempo de hambruna cruel, en el norte de Italia. Cuidó de la madre de su marido y de su hijo Antonio, a la vez que educaba a sus propios hijos, José y Juan Bosco.

Fue una mujer fuerte, con las ideas claras y la fe inquebrantable. De estilo de vida sencillo y analfabeta, siempre se preocupó de la educación cristiana de sus hijos, de temperamentos muy diferentes con humildad y siendo razonable con ellos, aunque más de una vez se vio obligada a tomar decisiones extremas, como tener que mandar fuera de casa a Juanito Bosco para preservar la paz en casa y ofrecerle la posibilidad de estudiar.

Acompañó a Don Bosco en su camino hacia el sacerdocio y a sus 58 años abandonó la tranquilidad de su casa, en su pueblo, para seguirle en su misión entre los muchachos pobres y abandonados de Turín. Durante diez años, madre e hijo unieron sus vidas con los inicios de la Congregación Salesiana.


Expresiones como “prefiero tener un hijo pobre campesino que un sacerdote descuidado en sus deberes” y  “acuérdate que no es el hábito el que honra tu estado, sino la práctica de la virtud”, la describen plenamente.

Era una mujer que sabía manejar bien los tiempos, cuándo hablar, callar, y encontrar los momentos propicios para ser escuchada.

Lapidaria fue con Juan al prevenirle el grave peligro que implica para la libertad el “tener”: “Si llegases a ser rico, no pondría jamás los pies en tu casa”.

Ella siempre dulce, afable, paciente en toda ocasión, demostraba su gran cariño a sus pobres niños, quedándose hasta medianoche para servirles un plato de sopa caliente y tajada de carne. Sus niños eran todo, difícil era la existencia de un “no” a servirles, base del sistema preventivo.

Sus jóvenes la recuerdan: “no era rica, pero poseía un corazón de reina; no estaba instruida en las ciencias humanas, pero si educada en el amor a Dios”.

Ella fue la primera y principal cooperadora de Don Bosco y, con su amabilidad hecha vida, aportó su presencia maternal al Sistema Preventivo. Fue así como, sin saberlo, llegó a ser la cofundadora de la Familia Salesiana, capaz de formar a tantos santos, entre los que se encuentran Domingo Savio y Miguel Rúa.

Bien nos podría haber hablado así: «El Oratorio de Valdocco, en Turín, junto al Dora, la casa de los chicos de mi hijo fue ya mi patria, mi sitio y mi forja. A mí, el que mi hijo optara “por los chicos sin parroquia” me vino bien. Yo había llegado al país de la contracultura, al barrio de la mugre y de la esperanza, a mi Fin de la tierra, plácido, abierto y feliz, limitado por pensiones equívocas, como La Jardinera, donde borrachos de toda índole, chillaban y cantaban, hasta altas horas de la noche. Todos tenemos nuestro Finisterre, esperándonos en alguna parte. A lo mejor aquí mismo en Turín para mí. Tan cerca y tan lejos de mi pueblo Capriglio»[2].

En sus últimas horas, Margarita le aconsejó nuevamente a Don Bosco: “Ten mucha confianza con los que trabajan contigo en la viña del señor, pero fíjate bien que muchos buscan su interés más que la gloria de Dios”, así como: “no busques lujo ni magnificencia en tus obras, busca la gloria de Dios, y pon como base la pobreza real”, y mirando fijamente el rostro de Don Bosco, “haces lo que no sabes y lo que no ves, pero verás y lo sabrás cuando hayas tomado la luz de la estrella”.

Una Madre comenzando su marcha: “Dios sabe lo mucho que te he querido a lo largo de mi vida, espero poder amarte más en la eternidad”; con un último pedido a su hijo: “sufro más al verte sufrir, yo estoy bien asistida, tu vete  y ruega por mí, no pido más. Adiós”.

Murió en Turín a los 68 años de edad, un 25 de noviembre de 1856, a las 3 de la madrugada, y una multitud de muchachos lloró por ella como por una madre, acompañando sus restos al cementerio.

El 23 de octubre de 2006, el Papa Benedicto XVI declaró Venerable a Mamá Margarita e inició su proceso de beatificación porque “consta que ha ejercitado, heroicamente, las virtudes teologales de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo, así como las virtudes cardinales de la Prudencia, Justicia y Templanza, y otras virtudes anejas a éstas”. Así, Mamá Margarita pasó de Sierva de Dios a Venerable y está en curso su proceso de beatificación.

Hay mucho escrito sobre Mamá Margarita y no me voy a extender con su entrega, pero también son protagonistas de nuestra historia otras madres cuyas historias son menos conocidas pero igual de importantes para los chicos del Oratorio que convivieron con ellas.

 

JUANA MARÍA FERRERO RÚA (1801-1876)

Para contar la historia de esta gran mujer hemos de acercarnos a la biografía de Don Rúa para obtener datos familiares y a las Memorias Biográficas, donde se narra su participación en distintos pasajes, que luego Lenti los analiza en su obra crítica de la Historia de Don Bosco.

Tal es así, que a la muerte de la madre de Don Bosco el Oratorio se vio en la necesidad de contar con alguna persona que se encargara de las tareas domésticas: zurcir la ropa de los chicos, lavar la ropa, guisar… Esas tareas fueron realizadas por otras grandes madres. Una de ellas fue la madre de Don Rúa.

«Y fue al Oratorio una mujer, pero no pagada, y bien conocida por los muchachos. Era la señora Juana María Rúa, madre del clérigo Miguel, que hacía años iba a ayudar a mamá Margarita, con la que se entendía a maravilla. Y a la muerte de ésta se sentía naturalmente invitada a ocupar la plaza de la piadosa amiga. Dejó, por tanto, las comodidades de su casa, para ir a vivir en el paupérrimo Oratorio de aquellos tiempos.

Era una mujer ya algo entrada en años, pero de robustísima complexión, de gran cordura y admirable paciencia, amante de la mortificación cristiana, y dispuesta para cualquier trabajo. Tenía una devoción firme y decidida y era de una conciencia delicadísima, sin sombra de escrúpulos. Todos los muchachos la quisieron con delirio, pues era un ángel de bondad. Pero ella atendía con preferencia a los aprendices, porque eran más pobres e ignorantes que los otros. Así lo atestiguaba José Reano. Ayudaba a la señora Rúa en el cuidado de la ropa la tía de don Bosco María Ana Occhiena, la viuda Lucía Cagliero y, durante cinco o seis años, también la señora Bellia, madre de don Santiago, que iba todos los días a coser...»[3]

Don Juan Bautista Rua quedó viudo con dos hijos, Pedro y Federico. Trabajaba muy cerca de Valdocco, en el barrio del Borgo Dora, en una fábrica de cañones de fuego y en cuyo recinto la empresa proporcionaba vivienda a sus trabajadores.

Animado por el capellán de la fábrica de las armas, Juan Baustisa se casó por segunda vez y llevó al altar a Juana María Ferrera, una robusta muchacha de 28 años, con paciencia y sonrisa sin fin, muy sensata y muy cristiana. A la casa volvieron el orden, la limpieza y enseguida volvió la vida. En poco tiempo nacieron cuatro hijos más: Juan Bautista (1830), María Paula (1832-1835), aunque falleció poco tiempo después, Luis Tomás (1834) y, por último, nació Miguel (1837), un niño pequeñísimo que se aferraba fuertemente a su madre. El médico de la fábrica, que controlaba la salud de los trabajadores y de sus familias, le decía a Juana: “sus hijos son muy frágiles, cuídelos todo lo que pueda”.

En la familia Rúa no había mucha salud, pero reinaba el amor, una serenidad y una paz que alegraban la vida del entorno. El padre, que cuando nació Miguel tenía 51 años, estaba ya un poco encorvado por su trabajo de 12 horas diarias 6 días a la semana, tenía gran fe y todos los días reunía a la familia para rezar juntos, falleciendo en 1845. La mujer, mucho más joven, era la sonrisa de la casa: cuidaba con esmero y alegría al padre y a los 5 hijos, además de llevar con orden y limpieza todas las tareas de la casa. Por eso, había una modesta belleza en cada rincón y envolvía con su ancha sonrisa a todos los hijos, especialmente al pequeño Miguel, el preferido entre todos sus hermanos.

El 25 de noviembre de 1856 había muerto Mamá Margarita, quien había pasado sus últimos diez años de vida en el Oratorio de Valdocco ayudando en el cuidado de la casa y de los muchachos. Al día siguiente, Don Rúa fue a su casa y le dijo a su madre: “Madre, ha muerto Mamá Margarita, ven con nosotros a ayudarnos”. Y aunque ya colaboraba en algunas ocasiones esporádicas, desde ese momento otra madre vendría al Oratorio a consagrar su vida por el bien de los jóvenes de Don Bosco: Juana María Ferrero, la mamá de Miguel. Con los jóvenes permaneció 20 años más de vida que tuvo.

Entre las historias que se narran en las Memorias Biográficas, la podemos encontrar junto a Mamá Margarita, en su lecho de muerte[4], esperó en la estación y acompañó a las primeras siete hermanas que conformarían la primera Comunidad religiosa que llegaría a ser Hijas de María Auxiliadora en la casa junto a la Basílica en Turín[5]:

“…las elegidas fueron objeto de envidia de las hermanas por la fortuna que les caía de trabajar tan cerca de don Bosco. Las esperaba en la estación de Turín la madre de don Miguel Rúa. Después, el mismo Beato las presentó a la muy benemérita condesa Callori, que tanto le había ayudado para desalojar al demonio del lugar destinado a las Hijas de María Auxiliadora, como ya se narró en el volumen anterior. La piadosa y noble dama quiso servirlas ella misma la comida en presencia de don Bosco y después las acompañó a su habitación. La casa era tan pobre, que ni siquiera tenía cocina, de suerte que los Salesianos les suministraban lo necesario para el sustento”.

También nos encontramos con su participación indirecta en la curación –bajo la protección de Domingo Savio- de Juan Garino, quien lo narró directamente así:

«Era el año 1860, y yo me encontraba atacado por una enfermedad a los ojos tan grave que no podía seguir los estudios. Al mismo tiempo padecían también de los ojos algunos compañeros míos, que acudieron a buenos médicos y curaron. También yo hubiera podido ir a ellos, pero no me decidí, al oír contar a mis compañeros lo que les tocaba sufrir en las curas. Entonces manifesté mi mal a don Bosco, el cual me dijo que la madre de don Miguel Rúa, que estaba en el Oratorio, guardaba un retazo de seda negra, con el que Domingo Savio se cubría los ojos, cuando los tenía enfermos. En seguida pedí a dicha señora aquella tela y, en cuanto la tuve, me eché en cama a descansar un rato, mientras mis compañeros estaban en clase. Me eché tal y como estaba, pero antes apliqué a mis ojos la pieza de seda prestada por la señora Rúa. Contra toda esperanza, me dormí inmediatamente y dormí profundamente durante unas dos horas, es decir, hasta que me despertó la campanilla que señalaba el fin de las clases. Tan pronto como desperté, me quité el trozo de seda negra de los ojos y me los lavé con agua fresca. Desde aquel momento me encontré completamente curado y con los ojos tan sanos como si nunca hubiera sufrido el menor mal. Atribuí y sigo atribuyendo todavía esta gracia, obtenida tan rápidamente, sólo a la intercesión de Domingo Savio, a quien invoqué en aquella circunstancia».[6]

En algún momento llegó a acompañar a su hijo Miguel a los destinos donde Don Bosco lo enviaba. Los últimos años de su vida, no sólo por la edad, sino por las enfermedades que tenía, tuvo la continua presencia a su lado de su hijo Miguel en Turín. Cualquier viaje que éste realizaba era de estancia muy breve, y se obligaba a regresar junto a su madre para su cuidado[7].

Fue una de las primeras Cooperadoras de la Congregación Salesiana, sirviendo su ejemplo de guía para muchas otras que vinieron después.

Una vez curada, sioguió trabajando en favor de los muchachos del Oratorio durante cinco años más. Allí acabó su vida el 21 de junio de 1876.

Sería bonito pensar en una declaración de la propia Juana María relatando su experiencia en el Oratorio en estos términos[8]:

“Soy una mujer y madre que vio a su hijo ser feliz en su sacerdocio entre los jóvenes, y que eligió estar allí en ese espacio, en ese lugar. En esos encuentros que sólo en el Oratorio se dan.

Llegué al Oratorio junto a Margarita, la mamá de Don Bosco, y otras mujeres más, para cuidar la vida de esos chicos sin familia a través de los gestos tan maternales que nosotras sabíamos dar. Trabajé junto a Margarita durante varios años, donde nos reunían las camisetas, pantalones y medias que debíamos emparchar una y otra vez, los abundantes alimentos por preparar y lo cotidiano de la vida del Oratorio; hasta el 25 de noviembre de 1856, fecha en que Margarita nos dejó.

Comenzó en ese momento una nueva etapa en mi vida. Allí sentí que ese lugar tan importante que Margarita, mi amiga, habitó durante tanto tiempo, no podía quedar vacío. Los jóvenes del Oratorio pidieron que una mujer ocupara ese lugar, y hacia allí fui, estando ya entrada en años. Dejé mi casa para ir a vivir al humilde Oratorio de aquellos tiempos. Me quedé continuando la labor de Margarita, sintiéndome profundamente querida por todos, pero particularmente por los aprendices, a los que siempre atendí con preferencia porque eran los más pobres e ignorantes en aquel momento.

Mi hijo por designio de Dios fue el primer sucesor de Don Bosco. En su proyecto, Dios quiso que yo, Juana María, fuera la primera mamá sucesora de Margarita en el Oratorio.

Juan le propuso a Miguel el “vamos a medias”; Margarita y yo lo hicimos carne primero, entre cacerolas, camisas y zurcidos, rodeadas del cariño de quienes no tenían madre.

Me quedé en el Oratorio hasta el final de mis días, allá por junio de 1876. Me llamaron para cooperar, para dar una mano y si hay algo que les aseguro es que ¡VALIÓ LA PENA VIVIR ASÍ!"

Hasta aquí la primera entrega de la historia de las madres del Oratorio, la de los dos primeros máximos dirigentes de los salesianos, ahí es nada, aunque no nos olvidamos de otras menos conocidas.

Por eso, en este mes de mayo, el mes de las MADRES, es bonito recordarlas (quienes no la tienen ya en vida) y abrazarlas cuanto se pueda, pues su entrega y su amor por sus hijos es único, algo que, aunque en ocasiones no se pueda medir, va más allá de cualquier manifestación de cariño, es cosa del corazón, que se engrandece cuando mira el fruto de su amor.

 

 

                PARA LA REFLEXIÓN

1.     ¿Cómo valoras la entrega de una madre al Oratorio de Valdocco?

2.     ¿Qué conclusiones sacas de la lectura de las historias de estas madres?

3.     ¿Cómo es (o fue) tu relación con tu madre? ¿Qué tres aspectos valoras más?

Puedes consultar más ampliamente las referencias a las madres pinchando en los siguientes enlaces:

·         https://misionessalesianas.org/noticias/mamamargarita-donbosco-salesianos-2311/

·         https://salesianos.info/coraje-mama-margarita/

·         https://misionesonline.net/2016/11/24/una-madre-especial-mama-margarita/

·         Memorias Biográficas: http://www.dbosco.net/mb/

·         https://www.facebook.com/sscc.uru/photos/8-de-marzo-d%C3%ADa-internacional-de-la-mujerqueremos-hacer-llegar-un-gran-saludo-a-t/1701440556735872/



[1] Como en el sueño de los 9 años, cuando el Señor le dice a Don Bosco: “Soy el hijo de aquélla a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día”.

[3] MBe 5, 404.

 

[4] MBe 5, 398.

[5] MBe 12, 249.

[6] MBe 6, 594.

[7] Tenemos varios ejemplos en MBe 10, 225, 228, 241, 252.


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